“Cuando Putin amenazó con usar armas nucleares, mis padres me dijeron: ‘¡Huye lo más lejos que puedas!”.
A Nataliya*, de 30 años, lo más alejado posible de su ciudad en Ucrania, Mykoláiv, le pareció entonces México.
Tenía amigos en el país y no exige visa de entrada a los ucranianos, solo una autorización que se puede solicitar online y que permite permanecer hasta 180 días en el territorio sin realizar actividades remuneradas.
Así que pensó que era la mejor opción para vivir segura, lejos de los ataques rusos, y seguir trabajando en lo suyo, como informática, de forma remota.
El 6 de marzo salió de Mykoláiv, a 65 kilómetros del mar Muerto, una urbe en la que los soldados ucranianos se mantienen firmes y están forzando a las tropas rusas a desplazarse hacia el este.
Hizo una parada inicial en la capital Kiev, siguió a Jmelnitski, en la región occidental, y de allí a Chernivtsí, en el sureste.
Cruzó la frontera hacia Rumanía y el 10 de marzo, en Bucarest, tomó un vuelo a Ciudad de México.
Tras dos semanas de vivir en Monterrey, la ciudad industrial del norte mexicano, supo que Estados Unidos no estaba expulsando a los ucranianos que ingresaban por tierra sin visa y que les estaba permitiendo permanecer hasta un año en el país.
“No es un estatus migratorio”, aclara Andrey Plaksin, un abogado estadounidense de origen ruso especializado en inmigración, visas y centrado en casos de familias. “Es un permiso temporal humanitario”.
Efectivamente, en un memorándum de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE.UU. (CBP, por sus siglas en inglés) fechado el 11 de marzo se habla de “excepción para ciudadanos ucranianos del Título 42”.
Es así como se conoce a una política instaurada por la Administración de Donald Trump (2017-2021) y mantenida por la de Joe Biden y que permite expulsar rápidamente a migrantes por la pandemia de covid-19 sin que puedan solicitar asilo.
“El Departamento de Seguridad Nacional reconoce que la injustificada guerra de agresión de Rusia en Ucrania ha creado una crisis humanitaria”, se lee en el documento.
Ante ello, “la CBP está autorizada, en conformidad con la orden del Título 42, caso por caso y en función de la totalidad de las circunstancias, incluidas las consideradas de interés humanitario, a exceptuar del Título 42 a los ciudadanos ucranianos en los puertos de entrada fronterizos terrestres”.
La excepción no se aplica a los centroamericanos, venezolanos, haitianos y migrantes de otras nacionalidades que tratan de acceder a diario al país por la frontera sur, lo que organizaciones que trabajan con migrantes están denunciando como doble estándar.
El jueves pasado el presidente Biden anunció que Estados Unidos acogerá a 100.000 refugiados ucranianos.
Y la Casa Blanca aclaró que serán recibidos a través de “una gama completa de vías legales”, incluido el programa de admisión de refugiados, que puede conllevar el otorgamiento de una residencia permanente, y que otros recibirán el “permiso humanitario”.
Hasta 800 al día
A uno de esos pasos fronterizos que menciona el memorándum acudió Natalyia el pasado viernes, a la garita de San Ysidro.
Situado entre Tijuana, en el estado mexicano de Baja California, y el condado de San Diego, en EE.UU., es el cruce fronterizo más transitado del mundo. Lo atraviesan al año unos 6 millones a pie y 13 millones con vehículo.
La encontramos allí, del lado mexicano, poco antes de las 10 de la mañana, con una maleta y su gato metido en una caja rosada. Una vez en EU, su plan era dirigirse a Sacramento, en California, donde dijo tiene familia.
Con ella, junto a la puerta giratoria custodiada por agentes de la CBP, al costado de una cola que crecía por momentos, había una treintena de ucranianos.
Eran madres con niños, parejas, padres solos, familias enteras que huyeron tras la invasión o a quienes lo que el presidente Vladimir Putin llama “operación militar especial” los agarró en el extranjero y decidieron no regresar hasta que acabe.
“Es así todos los días”, le contó a BBC Mundo el abogado Alex Tovarian, de origen ruso y que ejerce en San Francisco. “Un grupo grande acaba de pasar, de familias con hasta cinco niños”.
Él y otros voluntarios que hablan ruso o ucraniano les asisten, explicándoles en qué consiste la medida que adoptó EE.UU. y qué documentación deben presentar cuando los retienen para interrogarles durante hasta dos horas.
Otros les ofrecen mandarinas, agua y barritas de cereal.
“Son hasta 800 al día”, apuntó Tovarian.
De octubre de 2021 a febrero, la CBP interceptó a poco más de mil 300 ucranianos a lo largo de la frontera entre México y EU, de acuerdo a los datos públicos de la agencia. Pero la información no está actualizada en su página web con los números de este mes.
BBC Mundo solicitó a la CBP la cifra de los ucranianos a los que se les garantizó el “permiso temporal humanitario de ingreso” —un sello que dice parole en su pasaporte—, pero al momento de publicar esta nota sigue sin respuesta.
“Suelen llegar por su cuenta, en vuelos a Cancún o Ciudad de México”, le confirmó a BBC Mundo el cónsul honorario de Ucrania en Baja California, Pedro Ramírez Campuzano.
“No suelen acudir a nosotros, no se registran en el Consulado y no tenemos cómo saber cuántos están llegando”.
“No quería que mi hija oyera las bombas”
Del radar del Consulado escaparon, por ejemplo, una mujer de 31 años, delgada y rubia, que nos encontramos en el cruce de San Ysidro y no dejaba de acariciar la cabeza de su hija de 9.
Hablaba algo de inglés y, mientras apretaba a la menor contra ella y sin despegarse del abogado Plaksin, contó escuetamente su odisea.
“Somos de Donetsk”.
La ciudad pertenece a la región del Donbás y fue, como la vecina Lugansk, tomada por separatistas prorrusos en 2014 y el pasado 22 de febrero Putin reconoció a ambos como estados independientes de Ucrania.
“Salimos cuando se anunció la invasión y cruzamos cinco países antes de llegar aquí”.
Así lo hizo también la familia formada por Federik, un joven rubio que en Ucrania tenía una empresa que minaba bitcoins, su esposa, la pelirroja Viktoriia, y la hija de 4 años de ambos, Monika.
“Encendí el celular y me entraron de golpe decenas de mensajes de amigos diciéndome que había empezado la guerra. Empacamos nuestras cosas en 20 minutos y nos fuimos”, recordó Federik. “No quería que mi hija oyera las bombas”.
Se metieron cinco personas en un auto y condujeron durante seis días desde Vyshneve, a dos kilómetros al sur de Kiev, hasta Estambul, donde vive la hermana mayor de Viktoriia. “Tratamos de hacer una media de 500 km al día”.
Desde la capital de Turquía volaron a Cancún, en el Caribe mexicano, y luego a Tijuana.
“Llegamos anoche, en el vuelo de las 11 de la noche. Dormimos, desayunamos y nos vinimos a hacer fila”.
Se sienten privilegiados. “Son muchos los que se quedaron en Ucrania. Algunos de nuestros amigos, luchando. Hay mucha destrucción, ciudades enteras”.
Viktoriia, quien apenas habla inglés, asentía, mientras Monika se agarraba a sus piernas.
“¿Y a su hija le hablan de la invasión?”, les preguntamos.
“Sí, le contamos la verdad”.
“¿Y ella qué dice?”.
“Pregunta sobre su guardería: “¿Van a destruirla?”. Dice que echa de menos a los abuelos y cuando vemos imágenes de la guerra en la televisión quiere saber si es en nuestra ciudad. Le decimos que sí”.
“Estamos en ‘shock'”
Contando eso estaba Federik cuando se unieron a la espera dos mujeres con tres menores, de 9, 11 y 12 años, uno de ellos con parálisis cerebral, postrado en un coche para niños.
Cargaban bolsas, algo de comida, uno de los niños lleva un oso de peluche bajo el brazo.
“Ukraine”, nos dijo una de las dos mujeres, que prefirió reservarse el nombre, nada más nos dirigimos a ella.
Con la ayuda de una voluntaria que se ofreció a hacer de traductora, supimos que salieron de Odesa, la tercera ciudad de Ucrania y el puerto marítimo más importante del país, al segundo día de la invasión, el 25 de febrero.
Se dirigieron a Moldavia y de allí a Rumanía. Viajaron en autobuses y trenes, con los niños, el coche, las bolsas.
Tras su paso por México, el objetivo es llegar a Nueva York, donde una de ellas tiene familia.
“¿Creen que los rusos atacarán Odesa?”, les preguntamos.
“Sí”, respondieron sin dudar, aunque estos días su ciudad trata de recuperar la cotidianeidad, en parte como desafío a las tropas rusas, en parte por necesidad.
Dijeron estar “en shock”, sin poder creer lo que está pasando. “No entendemos nada. Ambos países somos hermanos, una familia”.
“Somos dos países iguales”, concordó Federik, atento a la conversación. “Escuchamos la misma música, vemos los mismos programas en la tele, compartimos problemas, la corrupción. Nos entendemos”.
3 días en un búnker, 16 personas en total
Artem y Kate, de 23 años, hacían fila con las mascarillas puestas. Desarrollador inmobiliario él, cuidadora de niños ella, también son de Odesa.
Pero a ellos la invasión los agarró fuera del país: en Madrid, de luna de miel. Y optaron por no volver.
También a Alex, un hombre de mediana edad con los ojos claros y el pelo muy corto. Él estaba trabajando en Pensilvania, EE.UU.
Su esposa y sus dos hijos, de 9 y 15 años —que ahora hacían cola junto él—, estaban en ese entonces en Glevakha, a 15 kilómetros de la base aérea de Vasilkov que Rusia atacó con misiles.
Y se decidió a sacarlos de allí.
“Salieron el 26 de febrero y pasaron una semana en distintos lugares de Ucrania. Permanecieron tres días en un búnker, un garaje, 16 personas en total”.
Luego cruzaron la frontera hacia Rumanía. Allí les esperaba Alex.
Ya reunida, la familia viajó a Polonia.
Alquilaron un apartamento en Gdansk por unos días que pagaron “a un precio como de Nueva York”, y cuando supo de la excepción al Título 42, vio que la solución pasaba por viajar a México.
“Yo tengo pasaporte estadounidense, pero ellos no. Como no estamos casados, hasta ahora no podía traerlos, pero con el permiso humanitario se nos abrió una oportunidad”.
A eso aspira también Viacheslav.
Casado con una haitiana a la que conoció en su ciudad Kropyvnitskyy, a donde ella había llegado a estudiar medicina, la guerra los agarró de viaje.
Tras dos años de pandemia sin poder salir del país, habían ido a visitar a la familia de su esposa a Haití y a presentarle a la hija que tuvieron en Ucrania. De allí, fueron a las islas Turcas y Caicos, y fue donde los agarró la invasión.
Decididos a no regresar a su país, él tomó rumbo a México, para aprovechar la coyuntura y probar a establecerse en EE.UU.
Su esposa y la niña se quedaron en Haití, ya que México exige visa de entrada a los haitianos.
Fue la última historia que escuchamos del lado mexicano de la frontera.
Nos avisaron que pronto iban a dejar pasar a otro grupo de ucranianos, así que nosotras también nos dispusimos a hacer fila.
Tres banderas
Era larga pero iba rápido. En menos de media hora cruzamos la puerta giratoria, mostramos la visa y el pasaporte a los agentes migratorios y nos vimos fuera del edificio del CBP, observando la bandera de EU, la de California y la de McDonald’s ondear una al lado de la otra.
La bandera estadounidense ondea junto a la de California y la de McDonald’s junto al cruce fronterizo de San Ysidro el 25 de marzo de 2022.
Al poco rato cruzó Alex, con dos maletas, pero sin familia.
Su esposa y sus dos hijos tardarían dos horas en salir por la puerta, con sendos sellos que les permiten quedarse hasta un año en territorio estadounidense.
Junto a ellos salieron también la madre e hija de Donetsk, acompañadas siempre del abogado, y las dos mujeres con tres niños originarios de Odesa.
Natalie Moores, una abogada estadounidense de origen ucraniano esperaba allí para echarles una mano y ponerlos en contacto con la Jewish Family Service de San Diego, una de las organizaciones que asisten con el alojamiento y el transporte.
“Empecé a hacerlo el 7 de marzo, de forma voluntaria, y desde entonces vengo todos los días, como si fuera un trabajo”, le contó a BBC Mundo.
“Veía imágenes de la guerra en la televisión y pensé que, como hablo ucraniano, ruso e inglés, les podía ayudar. Ahora a veces les acompaño en el cruce, otras les espero de este lado”.
Viacheslav también logró cruzar. Lo encontramos sentado, con frío, comiéndose un sándwich.
“Quiero quedarme y tratar de traerlas. Buscar trabajo”. Lo intentará en Miami, donde vive una tía de su mujer.
Posó para la foto bajo la bandera estadounidense, sosteniendo su pasaporte ucraniano.
Nos preguntó si los tranvías iban hacia San Diego y se marchó.
*Texto y fotos: Leyre Ventas. Con el reporteo de Liliet Heredero.