El precio de la muchacha lo negocian el padre y el futuro marido. Generalmente cuesta entre 50 y 100 vacas, valuadas cada una en mil dólares. Una niña considerada linda, fértil y de buena posición social puede costar hasta 200 vacas. Hubo un caso muy publicitado hace algunos años en el que se pagó 520 vacas y varios automóviles por una joven hermosa.

En Sudán del Sur se mantiene una vieja tradición en la cual a menudo los padres arreglan los matrimonios de sus hijas, a cambio de dinero u otros bienes. Era un tema en el que se pensaba poner énfasis durante la visita papal, pero Francisco suspendió el viaje por problemas en las rodillas.

Una de cada tres niñas queda embarazada antes de cumplir 15 años en Sudán del Sur, según la UNICEF.

“Cuanto más joven la muchacha, más vacas puede conseguir la familia”, dijo Jackline Nasiwa, directora ejecutiva del Centro para un Gobierno Inclusivo, Paz y Justicia de Juba, la capital de Sudán del Sur. “Venden a sus hijas para poder sobrevivir”.

Si bien las leyes sudanesas dicen que una mujer debe tener 18 años para casarse, esa norma es ignorada, sobre todo en las zonas rurales.

Sudán del Sur se independizó de Sudán en el 2011 y se pensó que ello generaría una época de paz y prosperidad para esta nueva nación de 12 millones de habitantes, pero poco ha cambiado desde entonces.

Estalló una guerra civil de cinco años que concluyó con un frágil acuerdo de paz en el 2018. Los enfrentamientos violentos entre las distintas comunidades continúan y persiste una pobreza extrema. Fenómenos climáticos como inundaciones y el aumento de los precios de los alimentos por la invasión rusa de Ucrania agravan una hambruna.

Sudán del Sur tiene la quinta prevalencia de casamientos de menores más alta del mundo, según las Naciones Unidas, que dicen que esa práctica constituye una violación de los derechos humanos, impide a las niñas estudiar y contribuye a la pobreza.

¿Y si se niegan?

Remando contra la corriente, algunas niñas se resisten a ser casadas a temprana edad.

“Me negué”, dijo Nyanachiek Madit, de 21 años, a quien su padre quiso casar con un individuo de 50 años porque su familia no tenía dinero para hacerla estudiar. Ella tenía 17 años por entonces.

“No acepté casarme porque soy incapacitada y mi educación será mi ‘pierna’ en el futuro”, manifestó Nyanachiek, quien nació con un defecto congénito. Convencida de que una educación le dará una vida mejor, se plantó firme ante su familia y le dijo que podían golpearla o matarla, pero no se casaría. Su familia no la obligó a casarse, pero tampoco le pagó los estudios en represalia.

El drama de Nyanachiek llegó a oídos de la organización ChildBride Solidarity, que ofrece becas a niñas abandonadas por sus padres después de negarse a casarse. Con su ayuda, Nyanachiek estudia en la capital.

“Estoy muy contenta”, declaró la joven a la Associated Press.

Un matrimonio a edad temprana puede ser letal. El Fondo de las Naciones Unidas para la Población dijo que Sudán del Sur es uno de los sitios más peligrosos para ser madre. Hay mil 150 fallecimientos de mujeres por cada 100 mil partos, una de las tasas más altas del mundo.

“No hay madres saludables, no hay madres felices si casas a tus hijas de niñas y las haces tener hijos”, dijo Chris Oyeyipo, del Fondo de la ONU para la Población, durante un acto con motivo del Día de la Madre en Juba.

La ONU desea eliminar el casamiento de menores para el 2030. Las familias pobres de Sudán del Sur y de otras naciones, no obstante, consideran que las leyes contra el casamiento de menores les impiden sacar provecho de sus hijas y comprometen su supervivencia.

Solo un 10% de las niñas terminan la primaria en Sudán del Sur por factores como los conflictos armados y viejas tradiciones culturales, de acuerdo con la UNICEF y Plan International.

Los expertos dicen que algunas familias piensan que enviar a sus hijas a la escuela las expone a violaciones que podrían reducir su valor a la hora de casarlas. Agregan que, como contrapartida, casar a una niña la expone a abusos domésticos, incluidas violaciones.

No será fácil cambiar las actitudes predominantes, de acuerdo con Aya Benjamin, ministra de género, niñez y bienestar social, quien de niña vio cómo muchas de sus amigas eran obligadas a casarse.

“Es nuestra responsabilidad colectiva asegurarnos de que nuestras niñas pueden disfrutar de su infancia”, expresó en declaraciones a la AP. “No desalentamos el matrimonio. Pero queremos que las niñas puedan ser niñas. Ser ellas mismas. Dejarlas crecer, ir a la escuela, y decidir qué quieren hacer con sus vidas. Así tendremos una sociedad saludable”.

agv

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