Estados Unidos se encuentra en un momento muy complicado económicamente. Desde hace ya más de un año que la inflación interanual se desalineó del target de 2% característico de las naciones desarrolladas, y desde hace más de seis meses que su existencia abandonó la descripción de transitoria que inicialmente le otorgó Jerome Powell, para transformarse en un asunto estructural y de relevancia para la Reserva Federal. Y si bien en los últimos 10 años ha excedido el 2% en cuatro ocasiones, 2021 fue el primer año en el que superó el 4% desde 1991. Sin embargo, 2021 parece anecdótico frente a lo que podría terminar siendo 2022.
Es evidente que actualmente se está pagando una combinación de factores muy difícil de combatir. Por un lado, se están observando las consecuencias de los estímulos fiscales más grandes de la historia norteamericana, liberados a causa de la aparición del COVID-19, y que generaron, en conjunto con la política de quantitative easing, que el balance del Tesoro crezca de US$4,2B en febrero 2020 a US$9,0B para marzo 2022.
Por otro lado, también se están sufriendo las segundas derivadas de la guerra ruso-ucraniana que limitó la oferta de commodities energéticos y alimentarios, disparando sus precios a valores no vistos desde 2008 en muchos casos. Como si no fuera suficiente, el mercado laboral norteamericano se encuentra con tasas de participación muy bajas al tiempo que se ve una gran demanda de mano de obra por parte de las empresas.
Al igual que siempre que dos fuerzas del mercado se encuentran desbalanceadas, el precio busca acomodarlas. En este caso el precio son los salarios, que crecen en busca de conseguir los recursos necesarios por las corporaciones. Y aunque uno pudiera creer que la suba de salarios es algo positivo, también se debe considerar que son una buena parte de los costos de las empresas, y por ende ven su traslado a precios. En otras palabras, la suba generalizada en salarios está generando mayor inflación.
Aquí hemos un gran problema: si el aumento en salarios se traslada a los precios, y, en simultáneo, ante un mercado laboral fuerte donde la demanda laboral excede la oferta, las exigencias salariales suben buscando compensar el incremento en el costo de vida, pareciera que ingresamos en un ciclo sin fin donde salarios e inflación buscan superarse uno a otro impulsándose mutuamente. Efectivamente ese es el problema que busca atacar la FED con urgencia: la espiralización de estas dos variables.
¿Y cómo desea hacerlo? Enfriando la economía. Su intención es frenar el crecimiento económico de manera tal que merme parcialmente la búsqueda de personal, dándole tiempo a la oferta de alcanzar la demanda. Los instrumentos seleccionados para ir en busca de este objetivo han sido el fin del quantitative easing y la periódica suba de la tasa de referencia. Aun así, como suele pasar en ciencias como la económica, los efectos de las políticas ni son directos, ni inmediatos, ni específicos.
¿Qué efecto han surtido estas decisiones adoptadas?
Hasta el momento, no el buscado en la economía real. El 13 de julio los agentes económicos se sorprendieron al ver una inflación interanual para junio que alcanzó un 9,1%, superando en 0,3% las estimaciones del mercado y en 0,5% a la inflación interanual de mayo, pasando a la historia como el registro más alto de los últimos 41 años. Además, pese a los riesgos de que la economía norteamericana entre técnicamente en recesión, el mercado laboral sigue mostrando una gran robustez. El último dato de empleo refleja que se crearon 372.000 nuevos empleos en junio, la tasa de desempleo permanece en niveles bajos de 3,6% y los salarios crecieron 0,3% intermensualmente, Por lo tanto, Powell está lejos de lograr el enfriamiento en el mercado laboral que busca.
Sin embargo, la política monetaria más restrictiva sí tuvo su impacto en los mercados financieros. Aunque no podemos asignarle la totalidad de la caída de los principales índices norteamericanos, sí podemos decir que la suba de la tasa de referencia los ha castigado de forma trascendental, sobre todo considerando que su punto de partida fue cercano al 0%.
En este sentido, en lo que va de 2022 los tres índices principales se hallan en terreno negativo, destacándose el Nasdaq Composite que se desplomó 27,7% YTD, seguido del S&P500 que registró una baja del 19,8% y en cerrando con el Dow Jones Industrial Average, que se contrajo un 14,7%. De hecho, con una performance en el primer semestre que la ubica como el peor registro desde 1970, el S&P 500 entró en un bear market el pasado 13 de junio del cual aún no logra recuperarse.
¿Cómo impactarán los últimos datos económicos?
El sorpresivo dato de inflación presionará a la FED a moverse con velocidad y determinación si piensa mantenerse en línea con su discurso de contener la suba de precios a cualquier costo. Es así que la probabilidad de una próxima suba de tasas de 75 bps se encuentra en 69,1%, mientras que una suba de 100 bps se posiciona sobre los 30,9% restantes, cuando una semana atrás a la última tan sólo se le asignaba un 7,6%. De todas formas, no será sin un costo importante, con el mercado asignando una probabilidad del 38% a la posibilidad de que la economía norteamericana ingrese en un período recesivo dentro de los próximos 12 meses. De cualquier manera, la oficialización de una recesión quedará en manos de la Oficina Nacional de Investigación Económica, quien mantiene un monitoreo constante de los ciclos económicos de Estados Unidos.
En resumen, vemos un futuro próximo desafiante, donde será clave dilucidar hasta donde es capaz de ir la FED y estar atentos a la salida de los distintos indicadores económicos para analizar su evolución, generar conclusiones sobre el rumbo de la economía norteamericana y tomar decisiones pertinentes. No olvidemos que la Oficina Nacional de Investigación Económica la última vez que anunció una recesión, lo hizo un año después de su inicio (en 2008), por lo que tampoco sería prudente descansar a la espera de su veredicto.
A su vez, una visión que mantienen varios analistas y que requerirá de máxima atención, es un potencial giro de la FED si las circunstancias se agravan velozmente. En este contexto, un intento por revertir la situación podría derivar en un volantazo en la política monetaria, generando condiciones propicias para un rally que podríamos aprovechar a través de CEDEARs.