Londres. En la víspera de que el féretro de la reina Isabel II sea visto por vez primera en Londres, la zona que a partir de hoy (martes) será el epicentro de una semana de solemnes actos fúnebres despertó fortificada.
La barricada de hierro que limita la movilidad de los transeúntes se había extendido a lo largo de las principales vialidades de la zona, anticipando la presencia de un mar de personas dispuestas a despedir a quien fuera la máxima representación del reinado británico por siete décadas.
El dispositivo de seguridad era visible, con la marcada presencia de policías que dan instrucciones a los peatones que se ven desconcertados por los cortes a la movilidad.
“Va a ser un caos, un completo caos. Se habla de millones ¿En dónde las vamos a meter? Será un tapón de masas”, dice un trabajador que porta un chaleco amarillo fluorescente en el que se lee el logo de la firma Alandale Logistics, la cual forma parte de la operación de movilidad.
A unos metros, un trabajador en Westminster que porta chaleco naranja apresura el paso de la gente a ritmo de “avance, avance”.
“El acceso a Westminster Hall (en donde reposará el féretro para que la gente exprese su respeto) será a partir del miércoles, y hay gente que ya se quiere formar. En lo que va del día ya desmantelé dos filas. Están completamente chiflados”, asegura, al tiempo que no da crédito a lo que está viviendo.
El operativo se intensificará conforme lleguen los invitados a un funeral que tendrá lugar el próximo lunes y que será como ningún otro.
El presidente estadounidense Joe Biden y su esposa Jill asistirán al servicio en la Abadía de Westminster. También se prevé la presencia del Emperador japonés Naruhito, el líder turco Recep Tayyip Erdogan, el mandatario francés Emmanuel Macron, y los presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión Europea, Charles Michel y Ursula von der Leyen.
A la lista de mandatarios se agregan los jerarcas de las monarquías de España, Bélgica, Holanda, Noruega, Dinamarca y Suecia.
Más de ocho mil invitados se dieron cita en la Abadía de Westminster para la coronación de la Reina en junio de 1953, y unas tres millones de personas se concentraron en las calles de Londres para ser testigos de la procesión.
La soberana más longeva de la historia del Reino Unido falleció el jueves en su castillo escocés de Balmoral. Su pérdida pone a prueba a la nación; en un plazo de solo cuatro días experimentó lo que nunca: nuevo primer ministro, fallece su reina y tienen ahora un rey.
El duelo activó entre la clase política un pacto de no agresión que retrasa los detalles sobre cómo le va a hacer el nuevo gobierno para sacar al país de una crisis caracterizada por el incremento del coste de la vida, una inflación de dos dígitos y la estratosférica escalada de los precios de los energéticos.
Esta semana la oposición tenía previsto darle la bienvenida a la Primer Ministra, Liz Truss. Los duros cuestionamientos tendrán que esperar, el Parlamento ha quedado paralizado y el debate en el limbo. Igual se han desactivado las movilizaciones sociales. El sindicato de trabajadores del sector ferroviario (RMT) había convocado huelga nacional para el jueves y sábado. El fallecimiento de la Reina pone freno, aunque solo temporal asegura su secretario general, Mick Lynch.
La urgencia que tiene Truss de mostrar autoridad también se ha aplazado. Llegó al 10 de Downing Street como resultado del colapso de su predecesor Boris Johnson y una contienda en la que solo obtuvo el apoyo de un tercio de los miembros conservadores en el Parlamento.
Con las elecciones previstas para enero de 2025, probablemente antes, Truss no tiene tiempo que perder. Debe demostrar que puede con la crisis nacional y es capaz de sanar la división generada al interior del Partido Tory por la contienda de liderazgo.
A estas alturas nadie descarta la posibilidad de que si Truss no levanta en un año en las encuestas, se intente revivir nuevamente la figura de Johnson, que en 2019 dio a los conservadores una memorable victoria y cuya personalidad hace sombra a quien sirviera en su gabinete como Ministra de Exteriores.
La muerte de la reina confronta a Truss con un nuevo contexto histórico generado por el cambio de liderazgo en la corona británica y con implicaciones globales. Además añade otro reto, el de conducir a una nación en luto.