Las secuelas del COVID prolongado, a tres años de la aparición del virus SARS-CoV-2 todavía persisten. Se considera COVID prolongado, persistente o “long covid” a un conjunto de más de 200 síntomas que pueden manifestarse durante al menos tres meses después de la infección inicial y pueden durar años.

Las condiciones post COVID ocurren con mayor frecuencia en pacientes que sufrieron cuadros graves, pero cualquier persona que haya sido infectada con el virus SARS-CoV-2 así sea de forma leve puede puede experimentar las secuelas, advierten los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de EEUU.

Estos síntomas abarcan un amplio espectro que impactan en las distintas funciones del organismo: cansancio, fatiga, problemas respiratorios y cardíacos, trastornos del sistema digestivo y síntomas neurológicos que van desde la niebla mental, dificultad para concentrarse hasta la depresión o ansiedad.

Un caso destacado de las secuelas post infección por COVID-19 es la veterinaria de EEUU Tara Ghormley, quien fue una de las primeras personas diagnosticadas con COVID prolongado, y aún padece consecuencias neurológicas severas. Tara contó los detalles de su experiencia en extenso reportaje con la revista Scientific American.

Se graduó con los máximos honores en la Facultad de Veterinaria en Los Ángeles, luego completó un riguroso programa de capacitación y construyó una exitosa carrera como especialista en medicina interna veterinaria. En marzo de 2020 se infectó con el virus SARS-CoV-2, fue el caso número 24 en una pequeña ciudad costera de California en la que vivía en ese momento.

Casi tres años después de la infección inicial, Ghormley todavía lo sufre. Se agota rápidamente, los latidos de su corazón se aceleran repentinamente y pasa por períodos en los que no puede concentrarse o pensar con claridad. Todavía pasa la mayor parte de sus días libres descansando en la oscuridad o yendo a sus muchas citas médicas.

Su infección temprana y los síntomas continuos la convirtieron en una de las primeras personas diagnosticadas con COVID prolongado en EEUU. El síndrome es conocido por los profesionales médicos como secuelas posagudas de COVID-19 (PASC, por sus siglas en inglés).

“Es una cuestión parecida al síndrome de fatiga crónica. Uno se siente cansado todo el tiempo y con dificultades para concentrarse. Inclusive lo vemos en muchos pacientes que no pasaron por una terapia intensiva”, sostuvo a Infobae el doctor Julián Bustin, jefe de la Clínica de Memoria y Gerontopsiquiatría de Ineco, quien afirmó que lo más importante es arribar al diagnóstico adecuado.

“Se debe hacer una evaluación de todos los aspectos neuropsiquiátricos. Cuanto más interdisciplinaria la consulta, mejor va a ser el diagnóstico. Si bien todavía no hay tratamientos específicos para esta nueva dolencia, los tratamientos que se utilizan actualmente son la terapia ocupacional, terapia farmacológica, psicoterapia, estimulación cognitiva y terapia de activación conductual”, detalló el experto de Ineco.

Las personas con COVID prolongado tienen síntomas como dolor, fatiga extrema y “niebla mental”, o dificultad para concentrarse o recordar cosas. A partir de febrero de 2022, se estimó que el síndrome afectaba a unos 16 millones de adultos en los EEUU y había obligado a entre dos y cuatro millones de estadounidenses a pedir licencia en sus empleos, muchos de los cuales aún no han regresado.

El COVID prolongado no sólo afecta a los pacientes que cursaron cuadros graves de coronavirus o a quienes tienen factores de riesgo como obesidad, diabetes o enfermedades autoinmunes, aunque es más probable que estos grupos sean los que manifiesten los síntomas. El long COVID puede desarrollarse en personas jóvenes con infecciones iniciales leves. La vacunación parece reducir el peligro , pero no previene por completo esta forma prolongada de la enfermedad.

Los síntomas neurológicos del COVID prolongado

Los síntomas más comunes, persistentes e incapacitantes de la COVID prolongada son neurológicos. Algunos se reconocen fácilmente como relacionados con el cerebro o los nervios: muchas personas experimentan disfunción cognitiva en forma de dificultad con la memoria, la atención, el sueño y el estado de ánimo.

Los médicos señalan que muchas personas no cuentan realmente que están sufriendo una condición mental después de haber tenido COVID. “Se dicen a ellas mismas que no pueden asignarle demasiada importancia después de haber sobrevivido a la enfermedad, en caso de una internación grave. Pero lo que no saben es que el problema se agrava si no es tratado. Y que los trastornos de sueño, depresión, ansiedad, pérdida de memoria o niebla mental impactan negativamente en la vida diaria y pueden agravarse”, precisó Bustin.

Otros síntomas suelen vincularse sólo con la dimensión corporal, como el dolor y el malestar post esfuerzo (PEM, por sus siglas en inglés), una especie de “choque de energía” que las personas experimentan incluso después de un ejercicio leve.

Sin embargo, estas dolencias también son el resultado de una disfunción nerviosa, a menudo en el sistema nervioso autónomo, que dirige nuestros cuerpos para respirar y digerir los alimentos y, en general, hace funcionar nuestros órganos en “piloto automático”. Este proceso, llamado disautonomía, puede provocar mareos, latidos cardíacos acelerados, presión arterial alta o baja y trastornos intestinales, lo que a veces impide que las personas trabajen o incluso funcionen de manera independiente.

Aprender del comportamiento de otros virus

El virus SARS-CoV-2, su alta propagación mundial y la magnitud de los infectados por COVID-19 constituyen un escenario nuevo, pero los síndromes post virales no lo son. La investigación sobre otros virus, y sobre el daño neurológico causado por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) en particular, pueden guiar la investigación sobre el COVID prolongado.

Reconocer que el síndrome puede causar sus muchos efectos a través del cerebro y el sistema nervioso está comenzando a dar forma a los enfoques del tratamiento médico. “Ahora pienso en el COVID-19 como una enfermedad neurológica tanto como una enfermedad pulmonar, y eso es definitivamente cierto en la larga duración del COVID”, dijo William Pittman, médico de UCLA Health en Los Ángeles, que trata a Ghormley y muchos otros pacientes.

Un metanálisis de 41 estudios realizado en 2021 concluyó que, en todo el mundo, el 43 % de las personas infectadas con el SARS-CoV-2 pueden desarrollar COVID persistente. En agosto de 2022, un trabajo realizado en los Países Bajos y publicado en la prestigiosa revista The Lancet reveló que uno de cada ocho adultos (12,7%) infectados por el COVID-19 experimenta síntomas a largo plazo.

Además, una encuesta de junio de 2022 informada por el Centro Nacional de Estadísticas de Salud de Estados Unidos encontró que entre los adultos que habían tenido COVID, 1 de cada 5 estaba experimentando COVID prolongado tres meses después. En tanto, la Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido colocó la estimación en 1 de cada 10. Incluso si solo una pequeña parte de las infecciones resultan en un COVID prolongado, dicen los expertos, sumarán millones de personas más afectadas y potencialmente con distintos tipos de discapacidad.

Los casos confirmados de COVID-19 en el mundo alcanzan los 676 millones, incluso si solo una pequeña parte de ellos desarrolla COVID prolongado, dicen los expertos, sumarán millones de personas más afectadas y potencialmente discapacitadas.

La mayoría de los primeros casos reconocidos de COVID prolongado ocurrieron en pacientes que necesitaban terapia respiratoria prolongada o que tenían un daño orgánico evidente que causaba síntomas duraderos. Las personas que informaron síntomas neurológicos a menudo fueron pasadas por alto o descartadas como traumatizadas por su enfermedad inicial y hospitalización.

A medida que 2020 llegaba a su fin, “comenzamos a llegar a una clasificación de lo que realmente estaba sucediendo… y se hizo muy evidente en ese momento que los síntomas neuropsiquiátricos eran bastante frecuentes, más comúnmente fatiga, malestar general, confusión mental, pérdida del olfato y trastorno de estrés postraumático, así como problemas cognitivos e incluso psicosis”, indicó Helen Lavretsky, psiquiatra de la Universidad de California en Los Ángeles a Scientific American.

Ghormley tenía poco más de 30 años y estaba relativamente sana cuando contrajo el virus, pero tenía afecciones subyacentes, como artritis reumatoide y asma, que la ponían en riesgo de contraer una COVID grave. Debió ser hospitalizada debido a un cuadro de hipertensión e hipoglucemia, se recuperó de esta fase aguda en unas pocas semanas, pero según señaló, “nunca mejoré realmente”.

Poco después de regresar a casa del hospital, Ghormley desarrolló lo que su esposo llamó “cerebro de pez dorado”. “Dejaba algo y no tenía ni idea de dónde lo ponía. Seguía ocurriendo una y otra vez. Estaba pensando, ‘Esto se está poniendo raro’. Mi esposo dijo que no recordaba nada. Trataba de hablar y sabía lo que quería decir, pero no podía pensar en la palabra”, recordó. También experimentó temblores, cambios de humor dramáticos e hipersensibilidad dolorosa a los sonidos. Cualquier esfuerzo, físico o mental, la dejaba exhausta y dolorida. Los cambios fueron impactantes para Ghormley, quien se enorgullecía de su mente aguda.

La inflamación persistente y su impacto en el cerebro

En las personas con síntomas neurológicos de COVID, el sistema inmunológico parece activarse específicamente en el sistema nervioso central, creando inflamación, según diversas investigaciones.

Pero la inflamación cerebral probablemente no sea causada por el virus que infecta ese órgano directamente. La doctora Avindra Nath, quien ha estudiado durante mucho tiempo los síndromes neurológicos posvirales en los Institutos Nacionales de Salud de EEUU, encontró algo similar en un estudio de autopsias de personas que murieron de COVID. “Cuando miras el cerebro de COVID, en realidad no encuentras [enormes cantidades de virus, pero] encontramos mucha activación inmunológica”, particularmente alrededor de los vasos sanguíneos. Los exámenes sugirieron que las células inmunitarias llamadas macrófagos se habían agitado.

“Los macrófagos no son tan precisos en su ataque. Vienen y comienzan a masticar cosas; producen todo tipo de radicales libres, citoquinas. Es casi como un bombardeo general: termina causando mucho daño. Y son muy difíciles de cerrar, por lo que persisten durante mucho tiempo. Estos son los invitados no deseados que pueden estar causando una inflamación persistente en el cerebro”, explicó la especialista.

“Determinar qué pacientes tienen inflamación continua podría ayudar a informar los tratamientos. Las primeras investigaciones identificaron marcadores que a menudo están elevados en personas con la afección”, aseguró Troy Torgerson, inmunólogo del Instituto Allen en Seattle.

Tres moléculas de señalización celular, el factor de necrosis tumoral alfa, la interleucina 6 y el interferón beta, se destacaron en pacientes con COVID prolongado. Pero este patrón no se encontró en absolutamente todos.

“Estamos tratando de clasificar a los pacientes con COVID prolongado para determinar ‘este sería un buen grupo para llevar a los ensayos de un medicamento antiinflamatorio, mientras que este grupo puede necesitar centrarse más en la rehabilitación’”, precisó Torgerson, que dirigió un estudio (publicado como preimpresión, sin revisión científica) en el que su equipo midió las proteínas de la sangre de 55 pacientes.

Los investigadores encontraron que un subconjunto tenía inflamación persistente. Entre esas personas, vieron una vía inmunitaria distinta vinculada a una respuesta duradera a la infección. “Un subconjunto de pacientes parece tener una respuesta continua a algún virus”, dice Torgerson.

El virus podría permanecer en el cerebro durante meses, según una investigación realizada en los NIH e informada en Nature en diciembre de 2022. El estudio de autopsia de 44 personas que murieron de COVID encontró una inflamación desenfrenada principalmente en el tracto respiratorio, pero se detectó ARN viral en todas partes del cuerpo, incluso en el cerebro, hasta 230 días después de la infección.

Otros dos estudios, ambos publicados el año pasado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU mostraron evidencia de que el SARS-CoV-2 puede infectar a los astrocitos, un tipo de célula de soporte neural, que ingresa a través de las neuronas en la piel que recubre la nariz.

Los investigadores están examinando las señales inflamatorias en pacientes con COVID prolongado con cada vez más detalle. Un pequeño estudio dirigido por Joanna Hellmuth, neuróloga de la UCSF, encontró que los pacientes con síntomas cognitivos tenían anomalías relacionadas con el sistema inmunitario en el líquido cefalorraquídeo, mientras que ninguno de los pacientes sin síntomas cognitivos las tenía.

¿Qué mantiene al sistema inmunológico en modo de ataque? “Una opción es que haya desarrollado autoinmunidad, en la que los anticuerpos producidos por el sistema inmunitario para combatir el virus también marcan las propias células de una persona para el ataque inmunitario. La respuesta al virus activa la autoinmunidad, y eso no mejora incluso cuando el virus desaparece”, puntualizó el inmunólogo del Instituto Allen en Seattle

Si el virus persiste de alguna forma, los medicamentos antivirales podrían eliminarlo, lo que podría ayudar a resolver los síntomas neurológicos, esa es la esperanza de los científicos.

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