Desde que los científicos identificaron los primeros indicios del aumento de la temperatura del planeta, la idea sobre las consecuencias que podrían generarse ante el posible derretimiento de los polos creció. En una primera medida, los expertos señalaron un posible aumento del nivel del mar. Pero existía otro aspecto que, incluso, los alertó mucho más: la chance de que “resucitara” algún virus tras liberarse del permafrost (terreno congelado). Ahora, científicos franceses lograron “revivir” unas cinco familias de virus, todas infecciosas para las amebas unicelulares, la más antigua de las cuales tiene casi 48.500 años, según registraron mediante radiocarbono del suelo.

Lo cierto es que esta información no es nueva. La idea de que se libere un virus “prehistórico” por el calentamiento global y que provoque una pandemia surgió, incluso antes de que apareciera el COVID-19. Es por eso que científicos franceses, tras analizar muestras de tierra tomadas del permafrost siberiano, identificaron partículas virales que siguen siendo infecciosas. Es decir que buscaron los denominados “virus zombis”.

Jean-Michel Claverie, profesor emérito de medicina y genómica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Aix-Marseille en Marsella, Francia, fue el responsable de analizar estas muestras que fueron recogidas del permafrost, que se extiende por una quinta parte del hemisferio norte y fue hogar durante miles de años de la tundra ártica y los bosques boreales de Alaska, Canadá y Rusia.

Este espacio, según advierten los expertos, se comporta como una suerte de cápsula del tiempo que conserva tanto patógenos antiguos como animales extintos momificados. En ese sentido, Kimberley Miner, científica climática del Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA, en el Instituto de Tecnología de California en Pasadena, le explicó a CNN que “están sucediendo muchas cosas con el permafrost que preocupan, y esto demuestra por qué es muy importante que mantengamos la mayor cantidad posible de permafrost congelado”.

Lo cierto es que el Ártico tiene grandes áreas de permafrost, que es una capa de subsuelo permanentemente congelado que acumula grandes cantidades de carbono. Además, es un ambiente que se encuentra libre de oxígeno y la luz no llega a filtrarse hasta esa profundidad, con lo cual es “un muy buen conservante de microbios y virus, porque es frío, no contiene oxígeno y es oscuro”, explicó Claverie de la Universidad de Aix-Marseille, en Francia, al advertir sobre el surgimiento de una pandemia como consecuencia del aumento de la temperatura del planeta.

El área de estudio del científico francés abarca los denominados “virus gigantes”, los cuales pueden verse mediante microscopios de luz normal. Estos patógenos, con los cuales Claverie se topó por primera vez en 2003, no necesitan de microscopios electrónicos. Por lo cual, tratar de “revivirlos” se convierte en un proceso un poco “más sencillo”.

Es más, ya en 2014, el experto logró “revivir” un virus que, junto a su equipo, había detectado en el permafrost. En ese momento, gracias a su intervención, este patógeno volvió a ser infeccioso luego de 30 mil años congelado. Vale aclarar que, por cuestiones de seguridad, el científico estudia solamente los virus que pueden atacar amebas unicelulares, dejando por fuera a humanos y animales.

Tras esta primera hazaña, en 2015 revivió otro virus que atacaba a las mismas criaturas. Sin embargo, en 2023 fue más allá. Según una reciente investigación, publicada durante los últimos días de febrero, tras aislar “varias cepas de virus antiguos de múltiples muestras de permafrost tomadas de siete lugares diferentes en Siberia” lograron “despertarlas”. De este modo, consiguieron que infectaran a células de ameba cultivadas.

“Vemos estos virus que infectan amebas como sustitutos de todos los demás posibles virus que podrían estar en el permafrost”, explicó Claverie, en diálogo con CNN, luego de advertir que se trata de cinco nuevas familias de virus revividas, las cuales se suman a las dos anteriores. Entre estas siete familias, los expertos identificaron que la más antigua tiene casi 48.500 años y es originaria de una “muestra de tierra extraída de un lago subterráneo a 16 metros por debajo de la superficie”. Por otro lado, la más joven fue identificada en el “estómago y en la capa de los restos de un mamut lanudo” y contaba con 27.000 años.

Más allá de estos datos, al centrarse en las amebas, el experto teme que su investigación no sea tomada en cuenta. Al tiempo que alertó que se trata de un indicio hacia un problema que puede ser mucho más grave, ya que pueden surgir otros que sí afecten a la humanidad. En ese tono, indicó: “Vemos las huellas de muchos, muchos, muchos otros virus”.

“Sabemos que están allí. No sabemos con certeza si todavía están vivos. Pero nuestro razonamiento es que si los virus que atacan las amebas todavía están vivos, no hay razón por la que los otros virus no sigan vivos y sean capaces de infectar a sus propios anfitriones”, agregó el experto.

Tal y como lo advirtió Claverie, se han identificado patógenos potencialmente riesgosos para los humanos congelados en el permafrost. En los últimos años, los científicos logaron identificar desde virus de influenza correspondientes a la época de la “gripe española” a cepas de viruela. Incluso, advirtieron un brote de ántrax que afectó humanos y renos en 2016.

“Si hay un virus escondido en el permafrost con el que no hemos estado en contacto durante miles de años, es posible que nuestra defensa inmunológica no sea suficiente”, afirmó Birgitta Evengård, profesora emérita del Departamento de Microbiología Clínica de la Universidad de Umea, en Suecia. Y agregó: “Es correcto tener respeto por la situación y ser proactivo y no solo reactivo. Y la forma de combatir el miedo es tener conocimientos” porque “nuestra defensa inmunológica se ha desarrollado en estrecho contacto con el entorno microbiológico”.

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