La venganza, la violencia, la migración, la religiosidad, la infancia y la monstruosidad humana habitan los doce cuentos reunidos en Sacrificios humanos (Páginas de Espuma, 2021), que marcan el retorno de la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero y su exploración obsesiva a las historias de mujeres agredidas y desaparecidas, niños abusados, relatos de marginación, desigualdad e infierno.
“Mis historias vienen un poco del mea culpa, de decir ahí está la realidad y nadie hace nada, yo no estoy haciendo nada, escribo estos cuentos nada más”, afirma la narradora y plantea que todos podemos ser el demonio del otro, “estas historias son mi manera de no ser tibia y cómplice”.
María Fernanda Ampuero (Ecuador, 1976) entró a la ficción en 2018 con el libro de cuentos “Pelea de gallos”, antes escribió dos libros de crónicas; ahora vuelve con seres marginados, débiles, sobrevivientes.
¿Contar la realidad es tu manera de actuar?
-Crecí con una formación religiosa muy humanitaria, más que culposa, de ayudar a los demás y entonces constantemente yo me planteo sí estoy haciendo suficiente; veo las noticias, veo lo que está pasando en México con los haitianos y veo lo que está pasando en Ecuador con los venezolanos y lo que pasa con las afganas, y digo qué más puedo hacer; veo el maltrato animal, veo la prostitución infantil y me crecen las ganas de venganza, de agarrar un machete y cortar cabezas; de ahí viene un poco esta forma mía de escribir que es tan visceral y tan furiosa de repente.
¿Escribir para sacudir al lector y no se quede callado?
-Por lo menos lo intento; mientras dura el libro agarrarle la cabeza al lector y decirle tienes que ver esto. Intento sostenerte la cabeza de una manera que no puedas dejar de mirar hacia el frente y que no te escapes y que no te vayas a ver la última serie de Netflix, que no vayas a un libro más perfumado que el mío. Es mi manera de no ser tibia y cómplice.
¿Siempre cuentas historias que te tocan?
-Tengo una gran empatía, las historias las hago mías, yo no puedo desconectarme. Cuando hacía grandes reportajes, siempre me he ido a lo social, quedaba devastada, todavía hay historias como fantasmas que me rondan y me dicen “escribiste y me olvidaste”. Intento no olvidar, intento no ser cómplice, intento no ser tibia que me parece es la cosa más perversa que puede haber, porque ya sabemos quiénes son los malos, pero me interesa cuando nosotros somos los malos, me interesa como dicen en España “no echar balones fuera”, me interesa asumir mi responsabilidad o mi irresponsabilidad.
¿Es verdad, escribes para vengarte?
Como persona debería estar gritando a los cuatro vientos que ¿cómo es posible que México, un país emigrante como pocos, haga eso a los haitianos? es súper doloroso verlos con sus niños en los brazos y sus maletas llorando y diciendo: “sólo queremos una oportunidad”, pero peor que eso no desgarre el corazón de todo el mundo y que todo mundo diga: “¡venga Presidente, necesitamos que estas personas puedan vivir!” Porque el problema de la migración no es que quieras irte sino que no puedas quedarte, como Afganistán.
¿Duele ver que podemos ser el demonio de otro?
-Somos a veces tan crueles, por ejemplo con las niñas, que te hacen crecer pensando que no mereces la defensa ni el respeto de nadie; en el caso de las mujeres lo que hace es ponerte en bandeja para que venga un tipo y te violente porque tú no crees que te mereces otra cosa, aunque adelgaces y seas feminista y te digas “todas las cuerpas son bellas y válidas”. Toda esa venganza en algunos cuentos está ahí como un mantra pero también un machetazo, de vudú, de magia negra, de apretar el puño hasta que las uñas te sacan sangre. Están ahí los personajes que yo quiero salvar, aunque no siempre lo logré.
¿Son sobrevivientes de la violencia y del dolor?
-Hemos sobrevivido mal que bien a un montón de maltratos e impunidad. Ser mujer es vivir con terror, que tengas que decirle a tu amiga “llámame cuando llegues” o que te vuelvas loca cuando una amiga no llama o te enteras que un primo la violó.
¿Por eso salvas a mujeres?
-Cuando empezó el MeToo fue muy de desahogo, como si fuera una erupción volcánica, como la tierra abriéndose y diciendo “a mí me pasó también”, entonces eso que puede destruirte a algunas de nosotras nos hace más fuertes, más valientes, más poderosas, sobre todo MeToo hizo que el movimiento feminista fuera tan fuerte.
¿Eres feminista optimista?
-No soy optimista por naturaleza pero siento mucho optimismo de las nuevas generaciones, de esas chiquillas que salen en México o en Berlín o en Chile, las de “El violador eres tú”, que no tienen miedo a nada y que se suben al Ángel y hacen pintadas y ponen la frente y dicen: “cada niña asesinada es mucho más importante que tu pinche estatua”, que en este país hay demasiadas. Las veo con cierta ternura porque en nuestra generación nadie hablaba de eso, nadie consideraba que si tu papá era violento con tu mama era un problema. Pero de alguna manera nosotras sobrevivimos a toda esa violencia, pero hay mujeres que asesinaron y que le llamaron crimen pasional, a mi tía más querida la asesinó su ex novio y nadie se fue a parar afuera de la Fiscalía. Han tenido que pasar 20 años para darme cuenta del horror de no haberlo mirado desde el feminismo, decir que nos matan, nos violan y nos atacan porque nos odian.