Hay una isla en el Océano Pacífico, a 700 kilómetros de la tierra más cercana, que cuida de México con armas. En la llamada Isla Socorro, del Archipiélago de Revillagigedo, vive un puñado de soldados de la Armada, cuyo objetivo es cuidar y proteger los confines del país, pero que más allá de enemigos físicos, enfrenta un ambiente que sabe a soledad y destierro.
La frontera invisible es un documental dirigido por Mariana Flores, quien tardó un sexenio para obtener el permiso de la Secretaría de Marina para poder acceder al sitio y retratar la vida en ese lugar.
Todo inició en 2008, cuando unas amigas biólogas que estudiaban a las ballenas le comentaron del sitio y eso le picó la curiosidad.
“Iba a ser entonces mi corto de documental para el CCC, pero al final creció y se convirtió en un largo”, cuenta Flores.
“Estar en un sector militar, intentar atravesar el velo de la institución y quiénes están detrás de todo esto, como que hacían la situación atractiva e incitaba a saber más”.
Por casi medio año, de manera intermitente, la realizadora vivió en la isla tratando de entender lo que ahí pasaba. Se encontró con mujeres y hombres que hablan de la vida y muerte, de la infancia y la nostalgia. “Nunca imaginé que fuera tan duro, que pudieras perder tanto”, dice uno de los militares en el filme.
“Para todo mundo serás un asesino, para el alto mando un soldado elegido”, corea por su parte un grupo de soldados mientras realiza su ejercicio cardiovascular.
“Estaba un comandante dándonos un curso, se equivocó en dar una orden, y se enojó el capitán (quien le preguntó) ‘¿cómo es posible que tú con tal grado y te equivocas’’ Tranquilo, le respondió el comandante, somos humanos. (El capitán) Le dijo: no somos humanos, somos militares”, cuenta otro hombre que aparece en el documental.
Durante su permanencia en la isla, Flores y su equipo se dotaban de películas, series, libros y juegos de mesa para hacer un poco más llevadera la estancia.
“Estando ahí se tienen los pensamientos más presentes porque no hay nada; es maravilloso todo, pero también difícil. Era diario hacer cosas, escuchar música, iluminar cuadernitos de mandalas, cada quien empezó a tener sus propias estrategias”, recuerda.