La invasión rusa de Ucrania, desencadenada hace una semana, irrrumpió rápidamente el tablero de ajedrez del sector espacial civil, frenando brutalmente la cooperación entre Moscú y las potencias occidentales que surgió tras el fin de la Guerra Fría.
En represalia a las sanciones de la Unión Europea (UE), la agencia espacial rusa Roscosmos decidió el sábado pasado suspender sus lanzamientos de Soyuz desde Kourou, en Guayana francesa, y de repatriar a su equipo de un centenar de ingenieros y técnicos.
Otra víctima colateral del conflicto ha sido la desafortunada misión ruso-europea ExoMars, cuyo lanzamiento, ya postergado en 2020 debido a la pandemia, estaba programado para septiembre de 2022. El lunes, la Agencia Espacial Europea (ESA, 22 Estados miembros) consideró “muy improbable” un despegue en esta ventana de tiro hacia el planeta rojo que se abre cada dos años.
“Es algo doloroso para la ciencia y los científicos que han creado vínculos a lo largo de estos años, y han invertido años de trabajo”, reaccionó Isabelle Sourbès-Verger, directora de investigación de políticas espaciales en el centro francés de investigación científica (CNRS).
ExoMars, una misión capital para la búsqueda de vida extraterrestre, simbolizaba también el éxito de una asociación entre la Europa espacial y Rusia, iniciada en 1996, explicó.
“Tras el derrumbe del bloque del Este y la dislocación de la URSS, los Estados europeos y Estados Unidos buscaron naturalmente darle un lugar a los rusos” en el sector espacial, recuerdó un analista del sector, que requiere el anonimato.
En efecto, no podían dejarse de lado la experiencia y los conocimientos de una potencia espacial tan emblemática. La experiencia del vuelo tripulado a la estación Mir permitió el desarrollo de la Estación Espacial Internacional (EEI), la mayor colaboración espacial hasta ahora entre el bloque occidental y Rusia.
La idea, prosigue el experto, era también construir una cooperación espacial civil como “medio para acercar a las naciones”.
En aquel momento, algunos científicos e industriales rusos propusieron que su país se convirtiera en miembro de la ESA, relata Isabelle Sourbès-Verger. “No era posible absorber un sector tan grande, pero Europa buscó de inmediato lo que podía hacer junto a Rusia”.
En el plano comercial, desde 2011, la francesa Arianespace colaboró con la agencia rusa Roscosmos para explotar el cohete ruso Soyuz, desde Kourou y Baikonur.
Pero a lo largo de los años, las relaciones se volvieron mas tensas, en especial tras la anexión de Crimea en 2014. Ahora, la invasión de Ucrania ha dado por terminada, de momento, esas relaciones.
Es difícil prever las consecuencias de esta ruptura. “Pese al conflicto actual, la cooperación espacial civil es un puente” tuiteó la semana pasada el director general de la ESA, Josef Acshbacher.
Pero este jueves, 4 de marzo, Roscosmos anunció que se iba a concentrar en la construcción de satélites militares, poniendo fin a las experiencias científicas conjuntas en la ISS con Alemania, que acaba de romper su colaboración con Moscú, igual que lo hiciera el francés CNRS.
Actualmente un astronauta alemán, Matthias Maurer, se encuentra en la estación espacial, tras reemplazar al francés Thomas Pesquet por cuenta de la ESA. No ha habido comentarios sobre la situación actual.
La NASA ha asegurado por su lado que Estados Unidos y Rusia siguen trabajando juntos “pacíficamente” en la ISS, donde los equipos “siempre se hablan”. Pero agregó que busca soluciones para mantener la Estación en órbita sin la ayuda de Rusia.
Del lado ruso, el creciente aislamiento del país corre el riesgo de agravar aún más el “déficit presupuestario que padece la ciencia” en Rusia, destacó la investigadora.
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