Alejandra Jiménez ha librado todo tipo de batallas arriba y abajo del ring… El de la vida y el del boxeo. Madre a los 21 años de edad, la Tigre ha defendido con fiereza su esencia, orgullosa de lo que siente y lo que vive a diario.
Así llegó a ser doble campeona del mundo. Pero el reconocimiento no llegó, aún siendo la primera monarca mexicana de peso completo. Fue ignorada porque no usaba vestido, porque no era femenina.
“Siempre he sido una persona abierta, que habla de su sexualidad. Tengo una familia homoparental, con mi esposa y dos hijas, pero muchas personas no están preparadas para eso”, acepta, en entrevista, como preámbulo para contar la parte más triste de su andar en el boxeo.
“Tras convertirme en campeona de peso completo y de que no recibo algún reconocimiento, me topo con la parte del machismo en el boxeo, que está latente y es notable en los sueldos, los tratos, en no tener un espacio para las mujeres en los gimnasios”, relata.
Hacerse notar, progresar tan rápido a nivel mundial, no fue algo que le agradara a todos. “Es una parte negativa para los que encabezan los organismos; no sólo que sea lesbiana, sino que sea abierta y además sea andrógina. Nunca ha sido de su agrado y han tratado de manchar mi imagen, haciendo creer a la gente que tengo que hacer un tipo de trampa para conseguir lo que he logrado”.
Rechazo que aumentó luego de conquistar su segundo cinturón mundial, en la categoría de los supermedianos. Una acusación por dopaje opacó su felicidad: “Fue increíble ganar los títulos, me sentía en las nubes. Después, llega la noticia… Pasaron mil cosas por mi cabeza, desde que hubieran contaminado las pruebas, hasta que hubiera hecho algo mal”.
Fue decepcionante hacer todo para demostrar que los resultados del supuesto dopaje eran erróneos, porque le quitaron los títulos: “Fue una mentada de madre”. Hace unos días, hizo público su retiro del pugilismo, aunque tal vez no sea definitivo. Deja abierta una puerta para reconciliarse con los que rodean al deporte que ama.