Por Guadalupe Galván
La irrupción de la policía de Ecuador en la Embajada de México en Quito es el clímax de una serie de acciones y decisiones equivocadas, de torpezas que derivaron en el rompimiento de relaciones entre los dos países y el fracaso de la diplomacia.
El presidente Daniel Noboa siente un precedente grave, al violar los tratados internacionales, la Convención de Viena y todas las reglas de la diplomacia. Torpeza total. En todos sentidos. Violó la extraterritorialidad de un recinto que, incluso las dictaduras, han reconocido como sagrado.
No hubo comunicación previa. Nada. Se informó vía X, en un comunicado de Presidencia. Mostró así que quienes se preocupaban por su inexperiencia al asumir el cargo, en noviembre pasado, tenían razón. En vez de recurrir a los canales diplomáticos que existen para mostrar su punto, decidió dar un golpe de mando, en un intento infantil por mostrarse como un líder duro al que no desafía nadie, ni el gobierno de otro país. En medio de la ola de violencia que sacude a Ecuador, Noboa actuó a la desesperada, y perdió.
Con él pierden los gobiernos de todos los países, incluido Estados Unidos, que hasta ahora ha mantenido un lastimoso silencio frente a un hecho que afecta a todos. Si una Embajada puede ser violada, ¿qué espacio seguro hay?
Las consecuencias que pagará Noboa están por verse. La orden de irrumpir en la embajada para sacar al ex vicepresidente Jorge Glas, a quien México concedió asilo, han desatado las críticas de la oposición, que lo acusa de barbarie. El presidente solito se les puso de pecho.
A nivel internacional, la condena total, como no podía ser de otra manera. Esto no es personal entre Noboa y el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador. Las embajadas son inviolables. Punto. Y las imágenes de la policía trepando por las paredes de la embajada quedarán como el amargo recuerdo del momento en que la fuerza se impuso a la razón. Está por verse si el gobierno ecuatoriano es sometido a algún tipo de sanción en los organismos internacionales por la violación de tratados de los que Ecuador es signatario.
Torpeza del lado mexicano
Eso, del lado de Ecuador. Pero del lado mexicano también hubo una muestra de torpeza total. Como ha hecho la administración de López Obrador a lo largo del sexenio, aplica la política de no injerencia a placer. Ha guardado un silencio total frente a lo que ocurre en Venezuela, los abusos del presidente Nicolás Maduro, porque es su aliado.
Pero con Ecuador, decidió ofrecer asilo a Glas, un hombre acusado de peculado, un delito del orden común, a pesar de que la Convención de Caracas marca claramente que este tipo de delitos no valen para conceder el asilo.
En vez de permitir que la Justicia de Ecuador, otro país soberano, hiciera su trabajo, optó por tomar bando y declaró, sin que haya pruebas de ello, que Glas es un perseguido político.
El ex vicepresidente se refugió en la Embajada en diciembre. Pero no fue sino hasta el jueves que le concedió asilo, después de que el gobierno de Noboa declarara non grata a la embajadora mexicana Raquel Serur, en respuesta a declaraciones del Presidente mexicano opinando sobre las elecciones ecuatorianas e insinuando que el asesinato del candidato Fernando Villavicencio había perjudicado a la candidata del correísmo y beneficiado a Noboa; acusando que se generó, adrede, un “ambiente de violencia” que impulsó a Noboa al poder.
Una declaración sin ton ni son, seis meses después de las elecciones, cinco después de la toma de posesión de Noboa. Porque sí. Y por tercera vez desde que inició su gobierno, un embajador mexicano fue declarado persona non grata. Un legado lamentable, el que deja el gobierno de López Obrador en política exterior.
Relaciones rotas. Diplomacia fallida. Un pierde-pierde, por donde quiera que se le vea. Y aún así, habrá quien saque réditos políticos.
mcc