Desde 1993, cada 17 de febrero se conmemora el Día del Inventor Mexicano, en honor al natalicio de Guillermo González Camarena, inventor de la televisión a color.

Su legado e influencia es indiscutible, siendo el representante más importante de las invenciones mexicanas en todo el mundo, pero no es el único nombre que se conmemore en este día. Decenas de hombres y mujeres de todo el país también han aportado inventos o procesos que transforman la vida diaria y también tendrán su mención.

Más música para el mundo, Julián Carrillo y el Sonido 13

Uno de los descubrimientos más asombrosos dentro del arte mexicano provino de Julián Carrillo, un músico de San Luis Potosí que estableció el Sonido 13, teoría de microtonalismo sonoro que no limita las composiciones musicales a 12 notas reglamentarias, sino que las expandió hasta 13 posibilidades.

En su texto Análisis de la Construcción de la teoría del Sonido 13, J.R. Martínez y Luis Guillermo Martínez recuperaron la anécdota de cómo Julián Carrillo obtuvo más de 12 tonos.

En julio de 1895, el entonces estudiante del Conservatorio de la Ciudad de México quiso verificar la concepción de Pitágoras sobre la división de una cuerda para obtener 12 tonalidades sonoras. Carrillo realizó su comprobación y se preguntó si podría dividir el filamento de su violín en más de ocho partes iguales, pero su dedo era demasiado grande para lograrlo.

“Mi invento consiste en toda una serie de sonidos nuevos que enriquecerán la música de tal modo, que será más bella y rica que la actual. […] Desaparecerán todas las desafinaciones, es una teoría de exactitudes y refinamientos, sin dejar márgenes peligrosos para sonidos inciertos”, palabras de Carrillo el 11 de septiembre de 1924.

La revolucionaria postura de microtonalismo de Julián Carrillo no sentó bien en la perspectiva artística del siglo XX, sobre todo por las severas declaraciones del compositor, quien aseguró que grandes dogmas como la música de Mozart o Beethoven quedó limitada y terminaría en el olvido, por detrás de las composiciones musicales con 16 tonalidades.

En esa misma corriente, el violinista José Rocabruna, para dar su opinión sobre el Sonido 13, comentó que, “si bien es verdad que una cuerda tensa puede científicamente dar ciertos sonidos, estos jamás serán prácticos ni podrán ser oídos por sentimiento alguno, ni menos ser producidos por voces humanas”.

Las inconveniencias prácticas de su descubrimiento llevaron a Julián Carrillo a construir instrumentos especiales para alcanzar los ignorados tonos que él identificó y a través de pianos, guitarras o flautas modificadas tocó sus 16 tonalidades musicales.

Todas sus investigaciones sobre el campo sonoro le ganaron una nominación para el Premio Nobel de Física en los años 50, pero hoy en día, su propuesta musical quedó olvidada en el rubro artístico y nunca logró desbancar los 12 tonos tradicionales.

Una forma más rápida de hacer tortillas, Fausto Celorio y su máquina tortillera

Otro inventor mexicano es Fausto Celorio, quien en 1947 desarrolló un invento que tuvo –y tiene– gran impacto en la cotidianeidad mexicana. El emprendedor veracruzano desarrolló una máquina tortillera para industrializar y mejorar la producción de este alimento básico mexicano.

A pesar de tener la patente que todavía opera en miles de negocios mexicanos, Fausto Celorio no fue el primer inventor mexicano que centró sus saberes en una industrialización de tortillas.

Uno de los primeros proyectos quedó bajo resguardo del Archivo General de la Nación, con la patente PM: 5-375, autorizada el 26 de julio de 1859 y a nombre de Julián González. El inventor produjo una “recortadora de tortillas”, cuya primera parte generaba una “lámina” de masa, para después cortarla y dejar la forma lista para su cocción.

De acuerdo con el texto de Aurora Gómez Galvarriato, La industrialización del nixtamal y la elaboración de la tortilla en México, entre 1857 y 1980, al menos 340 patentes para máquinas tortilladoras se registraron en México, un 90% realizado por mexicanos.

Hubo un mejoramiento constante con los aparatos para tortillas, hasta que Celorio, en la década de los 40, estableció el modelo más prometedor. Su patente recurrió a un sistema de rodillos para cortar y transportar el producto, adicionado con hornos internos para cocerlo y dejarlo listo para consumir.

A pesar de ello, su máquina tortillera ganó presencia en los comercios mexicanos para la segunda mitad del siglo, con una estimación de 50 mil ventas para finales de 1979.

Gómez Galvarriato mencionó en su investigación que Fausto Celorio obtuvo casi 30 patentes relacionadas con máquinas tortilladoras entre 1960 y 1980, gracias a los perfeccionamientos de sus invenciones, como ahorro de energía e incremento de producción por hora.

La industrialización del nixtamal y la elaboración de la tortilla en México recuperó los costos de compra para las diferentes máquinas Celorio, oscilando entre los 92 y los 150 mil pesos. En la actualidad todavía se utilizan, preparando miles de tortillas al día.

Heberto Castillo, inventor de la tridilosa

Otro nombre que resalta dentro de la genialidad mexicana es Heberto Castillo, ingeniero y político veracruzano, con grandes acciones en el ámbito social y de ingeniería civil.

Castillo fue parte del movimiento estudiantil de 1968, en la Coalición de Profesores Pro Libertades Democráticas, cuando era catedrático de la Facultad de Ingeniería de la UNAM. Fue uno de los líderes más ultrajados por la represión gubernamental, pues sufrió golpizas y levantamientos.

Ingresó a la Cárcel de Lecumberri en 1969 y salió el 13 de mayo de 1971. “Entramos a la cárcel por defender la Constitución y la libertad del pueblo de México, y salimos del penal para seguir defendiendo la misma libertad y Constitución”, comentó el catedrático tras su liberación.

Aunque Castillo destacó en los 60 por su insurrección social, durante esa década también dedicó gran atención a estudios y proyectos de ingeniería civil. En 1966, el catedrático patentó la tridilosa, una estructura que integra una losa de concreto con un modelo tridimensional de acero.

El concreto en la tridilosa soporta fuerzas de compresión –factores que oprimen hacia centro–, mientras la estructura tridimensional amortigua la tensión –elementos que estiran el material–, resultando en una construcción con hiperelasticidad.

Ambos materiales actúan en cooperación para evitar rupturas o daños catastróficos, por lo que resisten movimientos telúricos o condiciones climáticas severas. En caso de que alguna parte falle, la tridilosa de Heberto Castillo permite un reemplazo de fragmentos sin comprometer la estructura.

Puede utilizarse en entrepisos de edificaciones con gran altura, así como en puentes vehiculares o peatonales, y en casa habitación, aunque siempre bajo verificación para evitar colapsos.

El mismo Heberto Castillo definió a la tridilosa como una “estructura socialista”, un símbolo de lo que debía ser la sociedad, pues “todos sus elementos [concreto y modelo tridimensional] trabajan, cada uno recibe según su necesidad y aporta según su capacidad”, según comentó su hijo, el arquitecto Javier Castillo.

La invención del ingeniero veracruzano se utilizó en cimientos o entrepisos para el Centro Cultural Plaza Cuauhtémoc, el Hotel de México –ahora World Trade Center Ciudad de México– y la Torre Chapultepec, premiada en 1993 con el Intelligent Building Institute como el “mejor edificio de oficinas del año a nivel mundial”, según menciona su página web.

Heberto Castillo colaboró en el diario El Universal como columnista durante los años 70, además de tener gran presencia política. Fue candidato presidencial para las elecciones de 1988 y contendiente por la gubernatura de Veracruz en 1992, además de senador desde 1994 hasta su muerte en 1997.

Tessy María López Goerne y el avance de la nanomedicina

Uno de los nombres más importantes que podrán mencionarse dentro de la investigación nacional es el de Tessy López Goerne, científica especializada en nanotecnología catalítica. Su trabajo recurre a nanopartículas para acelerar o interrumpir un proceso químico, recurso muy útil en muchas variantes de la vida cotidiana, pero poco aprovechado en México.

La investigadora originaria de Guanajuato y egresada de la Universidad Autónoma Metropolitana, comenzó sus estudios en físicoquímica, especializándose en petroquímica y materiales. En su alma mater fundó y dirige el Laboratorio de Investigación en Nanotecnología y Nanomedicina.

Entre sus aportaciones más importantes está el tratamiento con nanocatalizadores para romper enlaces de DNA en células de glioblastoma multiforme, un tipo de tumor maligno que se desarrolla en cerebro y columna vertebral, sin perjudicar a las células sanas.

El 16 de marzo de 2009 , la investigadora sostuvo que, gracias a la combinación entre dióxido de titanio y platino, obtuvieron un 96% de efectividad al destruir información genética de células cancerígenas, lo que impide su reproducción.

Su patente de nanotecnología catalítica como tratamiento contra tumores malignos tuvo protección gracias a una patente internacional, entonces con la esperanza de no sólo dar cuidado paliativo a pacientes terminales, sino una posible cura para enfermos en etapa no avanzada.

En entrevista con DaliaEmpower, en 2023, el proyecto de nanomedicina dio resultados positivos en 17 pacientes desahuciados, quienes “empezaron a tener alrededor de cinco años de sobrevida” por la efectividad de su bionanocatalizador, según comentó la investigadora.

También implementó el uso de nanopartículas para tratar el “pie diabético”, una de las principales afecciones por diabetes. El tratamiento de López Goerne refuerza la cicatrización en pacientes con altos niveles de glucosa, evitando complicaciones por heridas y hasta amputación de miembros.

Según un artículo de la Universidad de Guanajuato, de donde Tessy López egresó como técnica laboratorista, la también divulgadora científica planteó proyectos de nanomedicina para tratar enfermedades neurodegenerativas y afecciones pulmonares severas.

Su labor destacó tanto que el extinto Council for Parity Democracy la nombró como una de las cuatro mujeres que podría ganar el Premio Nobel de Química.

Los ilustres mexicanos anteriores no son los únicos con grandes aportaciones. En 1951, el ingeniero químico, Luis Ernesto Miramontes, sintetizó la fórmula para la píldora anticonceptiva; tal descubrimiento se consideró como el “más grande atentado” contra la estructura matrimonial, pero el investigador se mantuvo orgulloso por su aporte a la salud de las mujeres.

Otro curioso aporte mexicano provino de Ignacio Ayala García, conocido por inventar los nachos en 1943. En 2019, el coahuilense trabajaba en un restaurante de la entidad fronteriza cuando un grupo de mujeres, esposas de militares estadounidenses, entraron al establecimiento para comer un simple refrigerio.

A falta de insumos y del chef, Ayala García tomó unas tortillas ya cortadas en triángulos, les puso queso Wisconsin y unos jalapeños, las metió al horno y las ofreció a sus comensales, quienes quedaron encantadas con el ahora popular snack.

Problemas para proteger proyectos y aportaciones

Aunque existieron grandes historias de éxito para inventores mexicanos, otros investigadores padecieron de engorrosos procesos para patentar o solicitar apoyo para investigaciones.

En la edición del 17 de febrero de 2001, la Federación Nacional de Inventores Siglo XXI reveló que México apenas tenía 500 patentes anuales, cuando países como Estados Unidos tenían más de 2 mil 500 proyectos, sin mencionar la falta de difusión o respaldo gubernamental para investigaciones y proyectos científicos.

Para el Día del Inventor Mexicano de 2003, el diario El Universal expuso que sólo 4% de las patentes solicitadas al Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) eran de investigadores mexicanos. De las 13 mil 62 solicitudes de ese año, apenas 526 provenían de proyectos nacionales.

“Como mexicano, es infructuoso materializar ideas, porque aquí nunca lo tomarán en cuenta”, denunció este diario, pues se supo que el IMPI daba prioridad a solicitudes de extranjeros y detenía por mucho tiempo o incluso rechazó patentes de invenciones nacionales.

En la actualidad, el pago para solicitar derechos sobre una patente en el IMPI está en 4 mil 550 pesos. Para el tercer trimestre del 2023, el instituto de propiedad industrial recibió 4 mil 758 solicitudes, aunque no se pueden acceder a los datos de procedencia de tales proyectos.

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