El COVID prolongado o long COVID es una condición en la que los síntomas persisten durante al menos tres meses después de la infección por el virus SARS-CoV-2 y ahora los científicos saben que pueden durar años. El síndrome es conocido por los médicos como secuelas posagudas de COVID-19 o PASC, por sus siglas en inglés.

Los síntomas son dolor, fatiga extrema y niebla mental, o dificultad para concentrarse o recordar cosas. Esta secuela se evidenció como muy importante, ya que, según datos de Estados Unidos, a partir de febrero de 2022, se estimó que el síndrome afectaba a unos 16 millones de adultos en en ese país y había obligado a entre 2 millones y 4 millones de estadounidenses a abandonar sus trabajos.

Una situación que causó preocupación es que es muy frecuente en personas jóvenes sanas y puede seguir a una infección inicial leve. De todas formas, el riesgo mayor de sufrir PASC está entre los adultos que debieron ser hospitalizados al contraer COVID-19, lo mismo que los fumadores, las personas con obesidad o las que padecen enfermedades autoinmunes.

La vacunación parece reducir el peligro, pero no previene por completo el COVID prolongado. Un estudio que fue llevado a cabo por investigadores de la Facultad de Medicina Azrieli de la Universidad Bar-Ilan de Israel, demostró que la vacunación con al menos dos dosis de las vacunas de plataforma de ARN mensajero reduce la mayoría de los síntomas a largo plazo que los individuos declaran meses después de contraer la infección por el coronavirus.

Según explicó la neurocientífica estadounidense Stephani Sutherland en un artículo publicado en Scientific American los síntomas más comunes, persistentes e incapacitantes del COVID prolongado son neurológicos. Algunos se reconocen fácilmente como relacionados con el cerebro o los nervios: muchas personas experimentan disfunción cognitiva en forma de dificultad con la memoria, la atención, el sueño y el estado de ánimo. Otros pueden parecer más arraigados en el cuerpo que en el cerebro, como el dolor y el malestar postesfuerzo (PEM, por sus siglas en inglés), una especie de “choque de energía” que las personas experimentan incluso después de un ejercicio leve.

“Pero esos también son el resultado de una disfunción nerviosa, a menudo en el sistema nervioso autónomo, que dirige nuestros cuerpos para respirar y digerir los alimentos y, en general, hace funcionar nuestros órganos en piloto automático. Esta llamada disautonomía puede provocar mareos, latidos cardíacos acelerados, presión arterial alta o baja y trastornos intestinales, lo que a veces impide que las personas trabajen o incluso funcionen de manera independiente”, manifestó Sutherland.

Un metanálisis de 41 estudios realizado en 2021 concluyó que, en todo el mundo, el 43% de las personas infectadas con el SARS-CoV-2 pueden desarrollar COVID prolongado, y alrededor del 30%, lo que se traduce en aproximadamente 30 millones de personas, se ve afectado en Estados Unidos.

Otros estudios han arrojado diferentes estimaciones, aunque todas hablan de un número importante de afectados. Así en agosto de 2022, un trabajo realizado en los Países Bajos y publicado en la prestigiosa revista The Lancet reveló que uno de cada ocho adultos (12,7%) infectados por el COVID-19 experimenta síntomas a largo plazo.

Además, una encuesta de junio de 2022 informada por el Centro Nacional de Estadísticas de Salud de Estados Unidos encontró que entre los adultos que habían tenido COVID, 1 de cada 5 estaba experimentando COVID prolongado tres meses después.

En tanto, la Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido colocó la estimación en 1 de cada 10. Incluso si solo una pequeña parte de las infecciones resultan en un COVID prolongado, dicen los expertos, sumarán millones de personas más afectadas y potencialmente con distintos tipos de discapacidad.

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