Mientras los estadounidenses aún procesaban en sus mentes la decisión de la Corte Suprema que anuló el derecho constitucional al aborto en el país, políticos de todo el espectro dieron un paso al frente para explicar cómo ha cambiado lo que está en juego en el escenario político y lo que viene a continuación.
El ex vicepresidente Mike Pence, que ha sido durante mucho tiempo un líder del movimiento cristiano evangélico, dijo que su lado tiene que centrarse en la aprobación de las prohibiciones del aborto en las legislaturas estatales.
“No debemos descansar y no debemos ceder hasta que la santidad de la vida sea restaurada en el centro de la ley estadounidense en cada estado del país”, dijo.
El presidente Joe Biden, en un discurso a la nación, señaló que la única forma en que los estadounidenses pueden proteger el derecho al aborto es votando por los demócratas en las elecciones de mitad de periodo de noviembre.
“Debemos elegir más senadores y representantes que vuelvan a codificar en la ley federal el derecho de la mujer a decidir, elegir más líderes estatales para proteger este derecho a nivel local”, dijo.
Por si no quedaba claro de inmediato, el frente central de batalla por el derecho al aborto en Estados Unidos ha pasado de los tribunales a las urnas.
Y aunque seguirá habiendo muchas peleas legales a medida que los estados aprueban nuevos tipos de legislación para proteger o limitar el derecho al aborto, estas batallas dependerán de lo que ocurra en las legislaturas estatales, las mansiones de los gobernadores y el Congreso.
Muchos de esos cargos políticos están en juego este noviembre.
¿Qué piensan los electores?
Han pasado 50 años desde que la legalidad del aborto se determinó por medio de votos, por lo que son difíciles de predecir las implicaciones electorales de devolver este poder a los estados.
Cuando el derecho al aborto estaba protegido por los precedentes de la Corte Suprema, las encuestas de opinión pública indicaban, por lo general, que eran los conservadores los que estaban más motivados para votar en función de esta cuestión y de la perspectiva de que los gobernantes republicanos nombraran y confirmaran a los jueces que acabaran revocando Roe.
Los demócratas, con el statu quo de su lado, estaban menos inclinados a hacer del aborto un tema prioritario.
Las últimas encuestas sugieren que esto puede cambiar ahora que Roe ha desaparecido.
Según una encuesta realizada por CBS News en mayo, el 40% de los demócratas dijo que sería más probable que votara si se anulaba Roe vs Wade, en comparación con solo el 17% de los republicanos. El 71% de los demócratas eran más propensos a votar por un político que quisiera mantener Roe, mientras que el 49% de los republicanos dijeron sentirse así respecto a los candidatos que quieren anularlo.
Entre los votantes independientes, el 45% sería más propenso a apoyar a los candidatos favorables al aborto, frente al 23% que se inclinaba por los antiabortistas.
El éxito en las elecciones de mitad de periodo, cuando los candidatos presidenciales no están en la papeleta, viene determinado en gran medida por la eficacia de los partidos a la hora de conseguir que sus partidarios acudan a las urnas. Por eso, el partido que no está en el poder, cuyos partidarios están ansiosos por recuperarlo, tiende a obtener buenos resultados en ellas.
Si los demócratas son capaces de utilizar el tema del aborto para movilizar a su base, podrían dar nueva vida a sus esperanzas de lograr un éxito electoral en noviembre a pesar de contar con un presidente que lucha contra la baja popularidad y un clima económico difícil.
Sin embargo, también existe la posibilidad de que algunos miembros de la izquierda se sientan desilusionados por lo que consideran una falta de esfuerzo por parte de su partido para codificar el derecho al aborto antes de la decisión de la Corte Suprema.
“Elegimos una mayoría demócrata en la Cámara de Representantes y en el Senado”, tuiteó el estratega demócrata Sawyer Hackett en una expresión típica de ese sentimiento. “Hemos ganado el voto popular en siete de las últimas ocho elecciones. Cientos de miles de personas han marchado para proteger a Roe. ¿Cómo se supone exactamente que vamos a votar de una forma más fuerte?”.
Los estados que hay que vigilar
Las nuevas batallas políticas a nivel estatal sobre el aborto se desarrollarán probablemente en un mapa que resulta familiar a cualquiera que haya seguido las recientes elecciones presidenciales.
Algunos estados que están bajo el control de los republicanos -como Texas, gran parte del sur y amplias franjas del centro y el oeste de EE.UU.- probablemente impondrán, o ya han promulgado, algún tipo de prohibición. Otros estados de mayoría demócrata, como la costa del Pacífico y el noreste de EE.UU., han promulgado o promulgarán pronto protecciones para el aborto.
Luego hay un puñado de estados “péndulo”, en los que la legalidad del aborto se encuentra en el filo de la navaja, y en los que probablemente lo que ocurra dependerá del partido que logre controlar las palancas del poder en noviembre.
El control de las legislaturas estatales está en juego en estados como Arizona, Michigan, Colorado, Nevada y Minnesota. Este año, los demócratas intentan mantener las gobernaciones de Pensilvania, Michigan, Wisconsin y Kansas, mientras que los republicanos defienden Arizona, Texas y Florida.
Los gobernadores desempeñarán un papel clave en las próximas batallas por el aborto, ya que pueden firmar -o vetar- la legislación sobre el aborto que llegue a su mesa. En Carolina del Norte, por ejemplo, los republicanos buscan una mayoría legislativa lo suficientemente amplia como para anular el veto prometido por el gobernador demócrata a cualquier medida que limite el derecho al aborto en ese estado.
En Kansas, el propio aborto está en juego, ya que los votantes se pronunciarán en noviembre sobre una propuesta para derogar la protección al aborto incluida en la Constitución del estado.
Mientras tanto, el control del Congreso, que podría aprobar leyes que protejan o prohíban el aborto a nivel nacional, también está en juego. Los demócratas tienen una escasa mayoría en la Cámara de Representantes y están empatados al 50% en el Senado, manteniendo el control solo gracias al voto de desempate de la vicepresidenta Kamala Harris.
Incluso el más mínimo cambio en los vientos electorales en los meses previos a las votaciones de noviembre podría tener implicaciones dramáticas para el derecho al aborto en todo Estados Unidos.
Un abismo entre dos Estados Unidos
Si las implicaciones políticas a corto plazo son difíciles de predecir, las tendencias a largo plazo lo son aún más.
Sin embargo, algunos políticos y periodistas ya están debatiendo cómo esta decisión -y los cismas políticos estatales que crearán las diferentes normas sobre el aborto- pueden exacerbar las divisiones geográficas que ya se están haciendo evidentes en Estados Unidos.
El mapa rojo conservador y azul liberal de Estados Unidos podría presentarse pronto con un relieve aún más nítido.
“He hablado con mucha gente que ha decidido irse de Texas y no volver por razones políticas, de todas las edades, de todos los orígenes”, dijo en Twitter Christopher Hooks, un escritor que trabaja para la publicación Texas Monthly. “Eso ha aumentado en el último mes. Es realmente desmoralizante”.
Si la tendencia -estimulada por la decisión sobre el aborto – es desmoralizante para Hooks, otros la celebran, como el senador republicano Josh Hawley, de Misuri, que considera que ayuda a su partido a tener un seguro en suficientes estados para ganar la presidencia mediante una mayoría en el Colegio Electoral.
“Yo predeciría que el efecto va a ser que cada vez más estados rojos van a ser más rojos, los estados púrpuras van a ser rojos y los estados azules van a ser mucho más azules”, dijo Hawley a los periodistas el viernes. “Y yo buscaría que los republicanos, como resultado de esto, amplíen su fuerza en el Colegio Electoral. Y eso es una muy buena noticia”.
Una nación fuertemente dividida sobre la moralidad y la legalidad del aborto, donde los ciudadanos están divididos por la geografía, la cultura y la ideología política, es una receta para la acritud política, una del tipo que EEUU no ha visto desde los días previos a la Guerra Civil.