Por Antolina Ortiz Moore

Canadá fue el país más cercano a EEUU pero hoy vive el maltrato y la amenaza de ser anexado. En este relato, la autora describe los nuevos tiempos

Lo primero que observó Timbit tras el anuncio del ataque arancelario, fue que la consistencia de su alimento cambió. El 4 de marzo del 2025 entraron en vigor las primeras tarifas de aduana por parte de nuestros vecinos del sur y mi gato empezó su huelga de hambre. Siempre ha resultado un poco extraño referirme a la nación del sur cuando me quejo, –y no ya del norte–, puesto que soy originaria de México como Timbit, pero vivo en Canadá desde hace años. Conozco muy bien los abusos del vecino.

Tras el alza en los derechos de aduana, la pequeña tienda de mascotas cercana optó enseguida por reemplazar el alimento importado por latas producidas localmente. El Wiskey de Tennesee en el súper y varios otros productos cotidianos también desaparecieron de las estanterías. De pronto las banderas con una hoja de arce y dos franjas verticales rojas se multiplicaron junto a las etiquetas de precio de los productos que comprábamos a menudo, los cuales ahora se apilaban como pequeños ejércitos en las tiendas. Se hizo evidente que la opción de lo “Hecho en Canadá” se ha vuelto la norma, más allá de la textura o del sabor de lo que se consume. Mis vecinos, todos, han cancelado sus viajes a Orlando, Florida, California (con tristeza), y por supuesto Texas.

En realidad, no solo fueron las alzas del 25 % las que afectaron a todos los canadienses –gatos domésticos incluidos– por las alzas de precios y el caos, sino también es este sentimiento profundo de traición que sentimos todos en las calles. Hasta hace quince minutos, el vecino del sur fue el principal aliado de Canadá. No solo pelearon nuestros ejércitos lado a lado en numerosas de sus guerras, sino que nuestras poblaciones disfrutaban de una apertura y amabilidad en nuestras fronteras desde hacía décadas. Todo eso cambió en cuestión de segundos, y ahora la frontera sur de Canadá, la más larga del mundo con sus cerca de 8900 kilómetros compartidos, ha pasado a ser un riesgo para la integridad de nuestra nación.

El vecino del sur representa el mayor mercado de exportación de Canadá, con exportaciones clave que incluyen vehículos, petróleo, maquinaria y madera. Es fácil imaginar que estos productos crean una cadena que acabará por afectar prácticamente cualquier cosa en el mercado. Allí tenemos el caso de las latas de alimento de Timbit. Como contraste, México representa el quinto mercado de exportación de Canadá, con tan sólo un 1 % del total.

Mi gato y yo miramos las noticias en la computadora. Desayuno en silencio, y él sigue atrincherado en su huelga de hambre. Lo noto molesto, aunque sin adelgazar todavía. Yo también estoy molesta. No solo es que nuestro antiguo aliado ha traicionado el libre comercio y la cooperación mutua que sostenía la prosperidad de ambas economías, sino que el presidente de la nación al sur de Canadá insiste en su discurso expansionista. Tiene una fijación con anexarnos. Se expresa con frases burdas y torpes, nos describe como “débiles”, “subordinados”, “con un dólar que no es otra cosa que un peso norteño”. Somos “pobres”, dice, “listos para la anexión”. Las ocho décadas que nos aliaban se deshacen como la nieve en las banquetas de Montreal. Solo queda lodo en todas partes: en Canadá, en México, en Groenlandia, en Panamá. Ni Timbit ni yo queremos salir a caminar en este clima agresivo, donde las marcas de esta gratuita enemistad se han vuelto visibles.

“Es terrible que dependamos así de un solo país”, le digo a Timbit, quien me mira fijamente. Su mirada hambrienta se distrae con un cardenal que se ha detenido en el marco de la ventana. La primavera ha llegado, pero no viene cargada de su alegría habitual.

No es evidente cómo Canadá jugará sus cartas. En la pantalla de la computadora, aparece una noticia sobre Ucrania. Trudeau y Zelenski tenían mucho en común. Estamos violentados por dos potencias agresoras: Rusia de un lado y el vecino del sur del otro. Desde hace cuatro días tenemos un nuevo primer ministro, el honorable Mark Carney, que propone fortalecer nuestra economía. Habla de acciones ecológicas y de esfuerzos y estrategias financieras destinadas a abordar el cambio climático y sus impactos. Todo es posible, pero no se hará en dos días. Los derechos de aduanas y los muros amenazan. Hay elecciones próximas, y los partidos de derecha atacan.

Acaricio a Timbit. Ronronea. Sé que eventualmente se acostumbrará al sabor de su nueva comida. El dicho dice que uno se acostumbra a todo menos a la muerte. Pero, ¿realmente nos queremos acostumbrar a esta forma violenta de vida? Veo que mi gato se levanta y camina hacia su plato. Lo olfatea con disgusto. No es una situación agradable la que se avecina en nuestro país. El desempleo ya va en aumento. Tendremos que navegar estas olas de la mejor manera. Solo espero que los gatos –como algunas personas odiosas– no empiecen a repetir el estúpido eslogan de “Haz Egipto grande otra vez”, pensando que, al enaltecer a unos pocos, se puede ganar de alguna manera. Los que han estudiado un mínimo de historia saben a dónde nos llevará ese discurso.

En la computadora, cambio a una página de noticias deportivas. Si algo me consuela esta mañana, es que Canadá les ganó a los vecinos del sur en el juego de Hockey y, sí, efectivamente, les acabamos de ganar en fútbol también. Nunca me he sentido más canadiense. Timbit se acerca a su plato y con dificultades, empieza a comer.

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