Por José Meléndez

San José.- Los argentinos gritaron ¡nunca más! hace 40 años.

El 10 de diciembre de 1983 terminó una noche de muerte y terror que empezó el 24 de marzo de 1976, cuando la cúpula de las fuerzas armadas argentinas asestó un golpe de Estado, sepultó la democracia, instaló una junta militar que se alió a Estados Unidos y a los regímenes dictatoriales derechistas de Brasil, Chile, Paraguay, Bolivia y Uruguay, y gobernó a sangre y fuego en Argentina durante 2 mil 807 días.

A cuatro décadas del final de una dictadura que dejó más de 30 mil detenidos-desaparecidos, centenares de asesinatos, centros estatales de torturas, presidio político, exilio forzoso, cientos de adopciones ilegales y un pánico generalizado por siete años y casi 10 meses de imparable represión política y terrorismo de Estado, la gesta argentina de 1983 se encumbró en una trascendencia histórica mundial.

“El 40 aniversario de la caída del régimen de facto militar que gobernó Argentina es un hecho de la mayor relevancia”, afirmó la expresidenta socialdemócrata costarricense Laura Chinchilla (2010-2014).

“Pero al igual que sucedió con la conmemoración [del 11 de septiembre de 2023] en Chile por el 50 aniversario del golpe de Estado [de 1973], nos recuerda que la democracia en América Latina está siendo hoy interrogada por los ciudadanos por su incapacidad de responder a problemas como la economía, la inseguridad y la corrupción”, dijo Chinchilla.

“En ambos casos, al igual que ocurre en otros países de la región, asusta la relativización de los valores democráticos por parte de amplios sectores de la población, mientras que la opinión pública valora bastante mejor a los ejércitos que a los partidos políticos o los parlamentos”, advirtió.

Al plantear que “para trascender, la democracia debe ser más que un conjunto de reglas para el ejercicio civilizado del poder político y debe también constituir una forma de gobierno eficaz ante las demandas ciudadanas”, subrayó que “Argentina sin duda alguna está mejor hoy que hace 40 años”.

“Pero las lecciones que dejó la dictadura del pasado parecen haberse disipado ante el enojo ciudadano, especialmente de quienes no la sufrieron, los más jóvenes del país”, adujo.

A 17 años del triunfo en 1959 de una revolución en Cuba que giró al comunismo, el golpe militar de Estado en Argentina que derrocó a María Estela Martínez viuda de Perón, primera presidenta en América y gobernante de 1974 a 1976, ocurrió en un convulso contexto de guerrillas izquierdistas organizadas en suelo cubano y desplegadas en América Latina y el Caribe.

Washington denunció la expansión comunista en América de la Unión Soviética (URSS), que desapareció en 1992, desde un país satélite, Cuba, y en un cuadrilátero de Guerra Fría entre comunismo y capitalismo o totalitarismo y democracia.

Cuando los militares argentinos perdieron la guerra, de abril a junio de 1982, de Argentina contra Reino Unido para reclamar la soberanía del archipiélago de Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur en el sur del Atlántico, EU acuerpó a Londres. La derrota bélica marcó el final de los dictadores.

“La dictadura militar en Argentina no ocurrió en un vacío”, recordó el analista e investigador independiente brasileño Leonardo Coutinho, presidente de Inbrain Consultants, consultora privada de Washington.

“Fue parte de un contexto [en el que] la URSS financiaba guerrillas y golpes para implantar dictaduras comunistas en América Latina y el Caribe y EEUU contrarrestaba con una amplia intervención en la zona. EU respaldó regímenes autoritarios en el área bajo el alegato de contener la influencia comunista”, dijo Coutinho.

“En el caso argentino, esto resultó en apoyo a los militares, contribuyendo a instaurar un gobierno represivo. (…) La democracia argentina, aunque restaurada, enfrenta desafíos como la necesidad de consolidar las instituciones democráticas, abordar la impunidad por violaciones a los derechos humanos en la dictadura y enfrentar cuestiones sociales y económicas”, adujo.

Tras destacar que “el pasado sirve para iluminar los pasos para el presente y futuro”, aclaró que “tampoco debe ser un guion rígido, que no permita una mejor reflexión y arreglos con los elementos regionales y evitar la trampa del revanchismo, venganza y manipulación”.

“El pasado dejó una mancha imborrable” para Estados Unidos, por aliarse a las dictaduras militares que gobernaron en América Latina y el Caribe en el siglo XX, recalcó.

Con respaldo de Estados Unidos, las dictaduras de Brasil (1964-1985), Chile (1973-1990), Bolivia (1964-1982), Uruguay (1973-1985), Paraguay (1953-1989) y Argentina (1976-1983) lanzaron en 1975 un tenebroso operativo militar anticomunista en el sur de América: el Plan Cóndor, para aniquilar políticos, estudiantes, profesores, empresarios, sindicalistas, religiosos o periodistas sospechosos de ser guerrilleros y que se saldó con una masiva violación de derechos humanos.

Por las atrocidades que cometieron en las sombras de su régimen, los militares fueron enjuiciados por una orden que el hombre que asumió la presidencia hace 40 años y marcó el retorno a la democracia, el centroizquierdista Raúl Alfonsín (1927-2009), dictó el 15 de diciembre de 1983, y sentenciados en 1985 a diversas penas carcelarias.

Para evitar la evasión a pagar cuentas por violar los derechos humanos, las leyes de impunidad fueron anuladas en 2003 y reabiertos numerosos juicios que les impusieron más condenas de prisión.

Pero desde 1983, hace 40 años, los argentinos ya habían gritado… ¡nunca más!.

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