En una conferencia de prensa telefónica el pasado jueves en Washington, un alto funcionario del gobierno de Estados Unidos que habló con los corresponsales de medios nacionales e internacionales bajo condición de anonimato describió con frialdad y crudeza la posición de simples peones que América Latina y el Caribe juegan frente a la crisis mundial por la invasión de Rusia a Ucrania.
“Los países de América Latina y el Caribe son piezas de ajedrez en un tablero en el que Estados Unidos y Rusia compiten por el poder”, advirtió el funcionario de la administración del presidente estadounidense, Joe Biden, en un relato que fue profusamente divulgado por las agencias noticiosas mundiales y como parte de una práctica de comunicación oficial.
Para ahondar en sus descripciones, la fuente insistió en que la invasión militar que Rusia lanzó a partir del 24 de febrero anterior contra Ucrania modificó el escenario global. En ese contexto, EU está obligado a proteger sus interesas con la esperanza de que Moscú evite adoptar represalias contra los aliados latinoamericanos y caribeños de Washington que optaron por repudiar la incursión rusa a suelo ucraniano, destacó.
La narración del panorama hecha por la fuente anónima a corresponsales en Washington evidenció el concepto que existe en los centros reales de poder en las pugnas políticas mundiales: los latinoamericanos y caribeños son sencillas piezas para mover y jugar en un tablero de un escenario en el que Washington y Moscú son los verdaderos competidores.
La invasión militar de Rusia a Ucrania, que desató una guerra en territorio ucraniano y ya amagó con provocar un conflicto nuclear y desbordarse al resto de Europa, obligó a América Latina y el Caribe a definirse y ratificar su alineamiento con EU y el mundo occidental o con Moscú y su raquítico bloque de aliados incondicionales: Bielorrusia, Siria, Eritrea y Corea del Norte.
De los 35 países de América, 27 son del debilitado Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) y, de estos, ni Venezuela votó el 2 de marzo contra una resolución de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que exigió a Rusia terminar con la incursión bélica sobre Ucrania.
Con 141 votos a favor, 5 en contra —Rusia y sus cuatro socios— y 35 abstenciones, la Asamblea deploró “en los términos más enérgicos la agresión cometida por Rusia contra Ucrania”.
Convertida desde 2005 en el principal comprador latinoamericano y caribeño de pertrechos militares a Moscú, Venezuela decidió ese día ausentarse del pleno de la Asamblea en Nueva York y ni siquiera votó, en una maniobra con la que intentó tomar distancia con cualquier gesto diplomático que pudiera ofender al presidente de Rusia, Vladimir Putin. Azerbaiyán, que preside el MNOAL y es limítrofe con Rusia, emuló a Venezuela.
El cuestionado presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, se pronunció repetidamente en respaldo a Putin, antes del inicio de la invasión, al igual que Cuba y Nicaragua.
Al recrudecer la crisis y tornarse en un choque bélico, el trío asumió una actitud de enfrentamiento con EU y alegó que, por la presión de Washington, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) intentó acorralar a Moscú, llevar su potencial militar a Ucrania y a otras fronteras europeas con Rusia y obligó a Putin a reaccionar en defensa de los intereses rusos.
Ninguno de los tres siguió a Putin en su plan de reconocer a Donetsk y Lugansk, zonas ucranianas separatistas, como repúblicas independientes.
El acto en la Asamblea exhibió los movimientos de las naciones de América Latina y el Caribe en respaldo a las posiciones impulsadas por Washington, Canadá, Reino Unido, la Unión Europea, Japón y Australia, entre otros.
Cuba y Nicaragua, que con Venezuela completan el trío de los principales socios de Rusia en América Latina y el Caribe, se unieron en esa ceremonia a Bolivia y El Salvador para formar un cuarteto de naciones que optó por abstenerse. Como satélite de Moscú de 1960 a 1991, el régimen comunista de Cuba nunca condenó las intervenciones militares de la entonces Unión Soviética en Checoslovaquia, en 1968, y en Afganistán, en 1979.
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, entre tanto, varió paulatinamente su postura, con el precedente de que el 2 de febrero pasado realizó una visita a Putin en Moscú que fue calificada por EU como inapropiada. Luego de que estallaron las hostilidades bélicas en Ucrania, Argentina evitó sumarse a una condena a Rusia emitida el 25 de febrero por 21 de los 34 miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Argentina, Bolivia, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Brasil y Jamaica, entre otros, se negaron a suscribir la condena de la OEA a Rusia por la “ilegal, injustificada y no provocada” invasión a Ucrania. Buenos Aires, que está en sensibles negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), varió y el 28 de febrero finalmente condenó a Rusia y el 2 de marzo lo hizo en la ONU.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, también exhibió una actitud confusa y, al igual que Fernández, visitó a Putin a mediados de febrero en Moscú, a lo que EU reaccionó con malestar. Bolsonaro se excluyó primero de la condena de la OEA, y luego regañó a su vicepresidente, el general en reserva Hamilton Mourao, por rechazar la invasión rusa a Ucrania, pero se sumó al pronunciamiento de la ONU.
La situación en Chile, entre tanto, quedó aclarada desde el principio. Antes de asumir su cargo el viernes anterior, todavía como presidente electo, el izquierdista Gabriel Boric condenó a Rusia, al igual que su predecesor, el derechista Sebastián Piñera.
Al cumplirse hoy 18 días del estallido en Ucrania, la descripción del funcionario de EU que habló bajo anonimato en Washington sobre el papel de los latinoamericanos y caribeños quedó confirmada: son piezas de ajedrez en un tablero en el que EU y Rusia son los que “compiten por el poder”.