Conmovida hasta las lágrimas, Ana Karina Ramos promete que se “quedará el tiempo que sea necesario” frente al penal donde está preso el expresidente Pedro Castillo, detenido tras su intento fallido de disolver el Parlamento de Perú.
“Hemos estado durmiendo aquí durante cuatro noches y continuaremos hasta que el presidente regrese al palacio” presidencial, dijo.
Un centenar de simpatizantes del expresidente se manifiestan constantemente frente al cuartel de la división de operaciones especiales de la policía, Marco Puente Llanos, en Ate, en el este de Lima.
Frente a la puerta de hierro, policías antidisturbios con cascos y escudos de plástico transparente colocados en el suelo forman un cordón frente a la entrada.
El 7 de diciembre, Castillo, un presidente de izquierda de 53 años, ordenó la disolución del Parlamento horas antes de que el Legislativo se reuniera para discutir un proceso de juicio político en su contra, el tercero desde que llegó al poder en julio de 2021.
Pero el Parlamento lo ignoró y votó poco después, por amplia mayoría, su destitución por “incapacidad moral”.
Castillo, un maestro rural y líder sindical del magisterio, fue arrestado unas horas después por sus custodias cuando se dirigía a la embajada de México para solicitar asilo político. Ahora, la fiscalía, que lo investiga por presunta corrupción, lo procesa por “rebelión” y “conspiración”.
Dirigente sindical desconectado de las élites, Castillo cuenta con el apoyo de las regiones andinas y muchos de los simpatizantes presentes han viajado desde estas zonas del país o son oriundos de ellas.
“¡Pedro amigo! ¡El pueblo está contigo!” o “¡Insurrección!”, entonan a coro.
Nunca lo dejaron gobernar, acusan
Ana Karina Ramos señala el lugar donde duerme en la vereda con sus “compañeros de lucha”.
Hay colchones sucios y cojines agrietados amontonados. También una pequeña carpa de color caqui. En el lienzo, se lee un mensaje escrito en un cartel rosa: “¡Si no hay libertad, habrá revolución! Ánimo presidente Castillo”.
Ramos acusa a las autoridades actuales de haber encarcelado sin razón al exmandatario, porque es “un hombre de campo, un agricultor, un maestro, un hombre honesto. La gente siente lo mismo”. En su opinión, Castillo ha sido secuestrado y humillado.
“Nunca lo dejaron gobernar. Desde el primer día, la derecha nunca aceptó su victoria”, acota.
Y se enciende: “Aquí dormimos porque queremos luchar por la dignidad, por la patria. Lucharemos hasta las últimas consecuencias, dispuestos a dar la vida. La patria la defendemos por nuestros hijos, por los que vendrán”.
Frente a la prisión, los abogados llegan uno tras otro para cruzar el cordón policial y las filas de micrófonos de los periodistas para visitar al presidente.
“¡Prensa basura! ¡Mentirosos!”, gritan los manifestantes. Uno de ellos tira una naranja, sin darle a nadie. Otro arroja pañuelos usados en señal de desprecio a la prensa, a la que acusan de estar al servicio de la “derecha”, de los “ricos” y del poder.
Los manifestantes, sin embargo, son más clementes con la prensa extranjera. Una joven con rasgos mestizos, Mayra Llantoy, sostiene un discurso duro como el de Ramos: “¡Es hora de luchar! Por nuestros hijos, por nuestros nietos, porque si nos rendimos ahora, siempre seremos pisoteados”, dice reivindicando su raíz “autóctona”.
Como la mayoría de los manifestantes, cree que el expresidente es víctima de una conspiración y apoya, como señalaron un exjefe de gabinete y un abogado de Castillo, la tesis de que fue drogado sin saberlo cuando pronunció un mensaje al país transmitido por televisión anunciando un golpe de Estado.
“Durante el anuncio estaba temblando. Me di cuenta de que estaba asustado. Estaba poniendo los ojos en blanco”, asegura esta vendedora ambulante, madre de un niño de 7 años.
“Estaba drogado”, cree también Miriam Castro, de 52 años. Cocinera, prepara en una enorme palangana una sopa a base de maíz que reparte gratis gracias a donaciones. Afirma que está dispuesta a permanecer por mucho tiempo frente a la prisión.
“Aquí estamos, no me interesa si me quedo todo el año o dos años, pero nosotros queremos la libertad del presidente Castillo”, señala.
Regularmente, los seguidores cambian los eslóganes. Tras gritar a favor de Castillo, lanzan “¡Fujimori nunca más!”. Irónicamente, el octogenario expresidente Alberto Fujimori (1990-2000), condenado a 25 años por los tribunales, está preso en el mismo cuartel que Castillo.
“No es lo mismo. El ‘japonés’ le ha hecho mucho daño al Perú. No es peruano como Castillo que tiene nuestras raíces. Estábamos gobernados por los japoneses, por otros gobiernos, pero Castillo nos representa”, exclama Castro esperando que detrás de los muros el exmandatario “escuche” el apoyo de los manifestantes.
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