Brasil goleó en su salsa en una noche de lo más canarinha, con fútbol y samba por igual. La selección de Tite se procuró un partido playero, casi en chanclas ante la telonera Corea del Sur.
En el regreso de Neymar, a los amarillos les bastó un tiempo para convertir su duelo de octavos de final en un sambódromo, porque reivindicaron por igual cada gol, hasta cuatro, como su modo fiestero de celebrarlos. Una juerga tan entredicho en la más solemne Europa. Un homenaje a Vinicius, por ejemplo. Y no digamos a la sonrisa infinita de Ronaldinho.
Ya en cuartos, a Brasil le espera la perdurable Croacia de Modric. Si España no se va este martes por la cuneta ante Marruecos, en la siguiente ronda el Mundial de casi toda la vida, en Qatar o donde sea, en verano o en invierno: Brasil y Argentina contra seis europeos. Un clásico tras otro.
De momento, jornada grande para Brasil: fútbol y bailoteo en una misma noche, el no va más para la Canarinha. De dama de honor hizo Corea del Sur, de paso por una celebración que no era suya. Cada ataque brasileño del primer periodo se cerraba con champán. Antes de los diez minutos ya había madrugado Vinicius. Un golazo con mucha miga.
Y no porque un barcelonista —Raphinha— se enrollara con un madridista —Vinicius—. Cuando la pelota le llegó al del Real Madrid dentro del área, por delante tenía una barricada, con el portero Kim y otros cuatro camaradas custodiando la red. Vinicius, imperturbable, puso el tiempo entre paréntesis. Templó, calculó, echó un vistazo y cuadró la pelota al fondo de la portería.
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Un gol en paz. Un brindis de Vinicius, quien ya liga con el gol con toda familiaridad. El toque final necesitaba de mucho sosiego. El que se percibe en este sedado Vinicius brasileño, nada que ver con el airado Vinicius madridista, tan bronco con adversarios, árbitros y los del anfiteatro de turno.
En Brasil o en Qatar nadie discute que se bailen los goles, no como España, donde se piden condenas. Así que la sala abierta para Vinicius y su primer gol como mundialista. En la coreografía, Neymar —director de orquesta—, Paquetá y Raphinha.
Al equipo del exoviedista Paulo Bento se le cortaron los cables por completo apenas cuatro minutos después. Clément Turpin, un árbitro francés, vio, creyó ver o se imaginó un ligero raspado de Jung a una bota de Richarlison. Debió haber concilio en el pelotón de la sala VAR porque nadie dijo nada. Neymar y el portero Kim se vacilaron en la ejecución del penalti. Y para guasa la del brasileño, claro. Kim acabó sentado de culo.
Corea del Sur jugaba con cierta soltura pero cada embestida rival era una puñalada. A Brasil, con Neymar, Raphinha y Vinicius le va la marcha, le gusta coger pista para volar y se saben blindados por Danilo y Militão en los laterales. El equipo está formateado para ello.
Los papeles están muy claros en los dos brasiles. Uno lo gobierna Casemiro junto a los centrales, todos centinelas de Alisson. El otro, el expansivo, es tutelado por Neymar. Unos van y otros se quedan. Y cuenta Alisson, que cumplió de maravilla con su tarea. Lo primero con una magnífica parada ante un disparo de Hwang. El fútbol es desconsiderado con los porteros, que no pueden bailar cuando tanto se lo merecen.
Al 3-0 se colaron Marquinhos y Thiago Silva, que llevan varios siglos como alguaciles defensivos. Esta vez se citaron en el balcón del área de Kim, el primero conectó con el segundo y el capitán asistió a Richarlison como si fuera Rivelino o Gerson. El ariete del Tottenham, iluminado en este torneo, también dejó sentado a Kim. Esta vez, a los fuegos artificiales se invitó el propio Tite, el mismísimo seleccionador, bailongo con sus muchachos. Desmadre total. Brasil en estado de efervescencia. Corea del Sur sonada y con un larguísimo partido por delante. Un sacrificio si Brasil no tiraba el ancla, lo que haría en el alocado tramo final.
Hasta entonces, el 4-0 tuvo arte. Porque artística fue la jugada de Vinicius y precioso fue el remate terminal de Paquetá. Ahí se acabó el partido y el guateque brasileño.
El segundo tiempo fue un trámite llevadero para todos. Corea del Sur logró la honrilla con un gol de Paik y dando la lata a Alisson, protagonista de más una parada meritoria.
Ya era un partido quebrado, de ida y vuelta, sin riendas. Todos descamisados. Cada cual en busca de su gloria. Los coreanos, de despedida. Los brasileños, hasta pronto. Brasil se lo tomó tan a medio gas que Tite dio carrete a Dani Alves (39 años) y hasta tuvo un guiño con Weverton, el tercer portero, el único que no había jugado.
A todos, de alguna manera, les sobró el segundo acto, lo mejor del cual fue el homenaje final a Pelé de los alborotados y guasones jugadores de la Canarinha fundidos con su numerosa torcida en Doha. El Rei, por supuesto, merecía más que nadie la mayor sonrisa de la noche.