La noticia de que es uno de los ganadores a nivel regional del concurso de World Press Photo 2022 por su serie “Flor del tiempo: la montaña roja de Guerrero” tomó al fotógrafo documentalista Yael Martínez (Taxco, 1984) recuperándose de una infección en la garganta causada por el “exceso de trabajo”. Así pasó el día tras saber que por segunda ocasión ha ganado el certamen internacional, la primera fue en 2019, en la categoría de Proyectos a largo plazo, con su serie “La casa que sangra”, donde retrata la desaparición forzada.
Yael Martínez tiene 14 años retratando la violencia que vive Guerrero. En 2008 tuvo su “primer pinino” y desde entonces se ha forjado un estilo. Se considera “hijo de todos lados”, ha tomado influencias de sus padres artesanos y de su hermano que se dedica al arte gráfico. También tuvo “la fortuna” de ser becado por Francisco Toledo en el Centro de las Artes (CASA), en San Agustín Etla, Oaxaca; fue becario del Centro de la Imagen, en la Ciudad de México, y en 2019 estudió en Nueva York, en la escuela de periodismo que tiene The New York Times con la agencia Magnum, con la que trabaja actualmente.
Para esta edición, World Press Photo estableció una estrategia regional, que consiste en dividir las fotografías participantes por regiones y que éstas sean juzgadas por un jurado regional, que tendrá en consideración el contexto de la zona, para finalmente enviar los trabajos seleccionados al jurado global. Este cambio lo realizó la plataforma con la intención de ofrecer mayor representación en su concurso anual. A su vez, se incorporó la categoría de Formato Abierto, la cual consiste en fotografías que han sido intervenidas -como el collage, imágenes de exposición múltiple o documentales interactivos y breves-.
A Yael Martínez le “cayó como anillo al dedo” esta última modificación en el concurso, pues ha intervenido de forma artística algunas de sus fotografías. “Desde hace unos años llevo haciendo una aproximación hacia la fotografía documental expandida”, explica.
¿Cómo te defines: fotógrafo, fotoperiodista, documentalista o artista? Pregunto por la intervención en tus imágenes, ¿es posible alterarlas cuando se trata de fotoperiodismo?
Siempre he dicho que soy un fotógrafo documentalista, me sigo considerando de la misma forma desde que inicié. Mi inclinación siempre ha sido por la fotografía documental, amo vivir las experiencias en primera persona y colaborar con la comunidad.
Cuando trabajo como fotoperiodista para medios, hay una serie de reglas que se tienen que seguir, dejar la subjetividad un poquito de lado, y digo “un poquito” porque la verdad es que al alzar la cámara ya estamos fraccionando la realidad, estamos hablando desde nosotros y eso ya es algo subjetivo. No puede ser objetivo, para eso tendríamos que ser una máquina que no pensara y sólo tomara fotos.
¿Qué historia hay detrás de la serie que te valió el premio, Flor del tiempo: la montaña roja de Guerrero?
Básicamente llevo años trabajando en la montaña, mi primer acercamiento fue con un proyecto de rituales de lluvia, siempre me han fascinado los pueblos originarios del estado y del país. Esta vez, a través de un amigo, Lenin Mosso, fue que pude acceder a estas comunidades productoras de amapola. La intención era captar su vida cotidiana, pero también la importancia que tiene la ritualidad en su vida y las tensiones que se generan por la forma en cómo se ganan la vida produciendo esta flor – las cuales se usan para la fabricación de heroína- por falta de oportunidades y desarrollo. La serie la fotografié en varios lugares: Cochoapa, Metlatónoc, Acatepec, en Guerrero.
¿Quiénes son los protagonistas de tus fotografías ganadoras? ¿Cómo es que aceptaron participar en tu trabajo?
Decir quiénes son es complicado, porque justo accedieron a hacer las fotos con la condición de que no revelara su identidad, sobre todo por la estigmatización, porque producen amapola, una flor prohibida. Con estas fotografías yo busco visibilizarlos y quitar el estigma que se genera en torno a ellos como los productores de drogas.
¿Cuando tomaste las fotos ya sabías que las ibas a intervenir o eso lo decidiste después?
Ya sabía, porque trabajo por proyectos, entonces esto es parte de un trabajo a largo plazo llamado “Luciérnagas”, que está dividido por capítulos, en 2019 terminé un primer capítulo. El proyecto lo estoy realizando con el Sistema Nacional de Creadores y trata sobre comunidades en resiliencia que han sido violentadas sistemáticamente, ya sea por el crimen organizado o el gobierno; lugares donde hay una deuda histórica. La idea justo es generar un trabajo que está vinculado a través del ritual, de una forma espiritual: que estas imágenes de lo que han vivido sea una especie de catalizador y que con las perforaciones y cortes que hago en la imagen, se genere una luz que fluye a través de éstas.
La intervención en las fotografías es para hablar de forma alegórica a la resistencia de estas personas.
¿Tiene un nombre esta técnica que usas?
En términos de técnica… Es que yo me he ido formando por varios elementos, mis padres son artesanos de orfebrería aquí en Guerrero y mi hermano hace gráfica, digamos que mudé algunas de sus técnicas para intervenir las imágenes que he estado realizando.
¿Qué es fundamental en tu práctica para fotografiar los temas de la violencia, la pobreza y el crimen organizado?
Estas son problemáticas que me han atravesado personalmente, en mi familia, y socialmente; afectan nuestro día a día aquí, esta es nuestra realidad. Para mí es importante hablar de los temas que nos duelen y de los lugares que son personales.
¿Has trabajado el tema de la violencia en otros estados de la República?
Cuando gané el World Press Photo de 2019 en la categoría de Proyectos a largo plazo, la serie que presenté son fotografías que tomé en Veracruz, Sonora, Sinaloa, Estado de México y Oaxaca.
¿Alguna vez te has visto impedido de realizar tu trabajo por esta misma violencia que retratas?
Creo que vivir en México es un riesgo ahora más que nunca para los periodistas. Creo que hay que hablar en torno a la seguridad que se le tiene que brindar a los periodistas, sobre todo a los locales. Son riesgos que todos corremos, ninguno de nosotros está fuera del proceso de violencia en el país.
¿Has vivido alguna experiencia de violencia en tu trabajo como fotógrafo?
Sí he tenido. Un día estuve trabajando en una comunidad donde estaban realizando un ritual, una fiesta que dura como tres días. Yo sólo estuve el primer día y no hubo incidentes, pero al día siguiente hubo un enfrentamiento en el que murieron dos personas que participaban en la celebración.
¿Cuál es tu visión sobre el estado actual del periodismo? ¿Consideras que los mensajes del presidente Andrés Manuel López Obrador hacia los periodistas, durante sus conferencias matutinas, arrecia la violencia contra la prensa?
Creo que ahí hace falta un poco de reflexión en torno a los comentarios del presidente, en términos también de empatía; más que adversidad, tenemos que generar puentes. Es real que algo está pasando, por algo hay tantas muertes, sobre todo en los últimos meses y eso habla de la violencia que hay en el país, la corrupción y el crimen organizado que está infiltrado en todo. No podemos cerrar los ojos ante cosas que están sucediendo.
La falta de empatía es por parte de todos, por eso estamos como estamos. No podemos decir que toda la culpa es del presidente, también sería equívoco. Estoy hablando de que venimos arrastrando todo lo que han hecho mal en el país, es lo que estamos pagando ahora.
Con la tecnología y las redes sociales se ha democratizado la figura del fotógrafo, pero ¿cuál es la diferencia entre alguien que practica la fotografía por gusto y quien la practica de manera profesional?
Veo cada vez más el trabajo del fotógrafo como el de un escritor; tenemos que generar un discurso que tenga profundidad sobre los temas de estudio. Muchos de nosotros tenemos la posibilidad de leer y escribir y eso no nos convierte en escritores.
¿Cómo fue ingresar a la agencia Magnum? ¿Es difícil?
Hay una convocatoria abierta donde cualquier persona puede aplicar. Yo apliqué una vez y estuve a punto de quedar, pero no fue así. Después, conocí a varios miembros que me ofrecieron el apoyo para que fuera nominado para ingresar. Ellos observaron mi trabajo, no sabían quién era, me contactaron y me invitaron para que ellos me nominaran. El proceso para convertirse en miembro dura de cuatro a cinco años. Yo inicié el mío, con el estatus como nominado en 2020, y te dan dos años para estar trabajando. Este año me toca presentar trabajo, si me dan el visto bueno, paso a ser asociado y dentro de dos años, podría ser miembro. Es complicado, pero ahora más que nunca están las puertas abiertas para estos espacios.