El control que el gobierno de Vladimir Putin ejerce tradicionalmente sobre los medios de comunicación se ha incrementado tras la invasión a Ucrania, lo que sumado al bloqueo parcial o total de algunas redes sociales —ayer prohibió Facebook e Instagram— y la retirada de Rusia de periódicos y televisoras occidentales que expresaron su temor a sufrir represalias si se apartaban de la línea trazada por el Kremlin, está contribuyendo al empobrecimiento informativo del país euroasiático, en el que predomina cada vez más una única versión sobre la guerra.
“Los canales de los medios públicos y privados se atienen a las órdenes del Kremlin sobre la invasión de Ucrania, la guerra que no se puede llamar guerra, sino operación militar especial´. Cuando se utilizan imágenes o se dan noticias que evocan necesariamente lo que es una guerra, se explica que la función del ejército es defender a los habitantes de las repúblicas del Donbás en el este del país o acabar con
los nazis´ que controlan Ucrania, en la línea de los discursos de Vladímir Putin”, señala el periodista Iñigo Sáenz de Ugarte en su retrato de los medios de comunicación rusos.
Luego de que las autoridades del Kremlin aprobaran una ley que prevé multas y penas de cárcel por desacreditar a los militares rusos, muchos editores de medios independientes decidieron detener su actividad.
“Cualquier red de masas les sirve (a los rusos) para denunciar `injusticias´ de lo más variopintas: supuestas granjas de bebés en Ucrania, Volodimir Zelensky con la bandera nazi o militares ucranianos con símbolos esotéricos vinculados a la Alemania de Adolf Hitler. Se llama desinformación y la Rusia de Vladimir Putin lleva veinte años de delantera al resto de los países desarrollados”, apunta por su parte el diario La Vanguardia, que resalta que el objetivo propagandístico de Moscú es poner en entredicho al gobierno de Ucrania y a sus ciudadanos, además de victimizar a los rusos.
Los medios occidentales recogen solo el punto de vista ucraniano y se han vuelto cómplices de la rusofobia dirigida desde Estados Unidos, alega por su parte el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, para justificar el repliegue del país y proteger sus intereses mediante una mayor fiscalización de los contenidos informativos.
Las fuertes sanciones a Rusia impuestas por los países occidentales están siendo utilizadas como coartada por las autoridades de Moscú para emprender acciones defensivas, entre ellas una mayor vigilancia de las redes sociales y las noticias discrepantes que se emiten en los medios convencionales y digitales sobre el transcurso de la guerra.
El control informativo es difícil de contrarrestar, no solo por la hegemonía oficialista y el apoyo con el que cuenta el gobierno moscovita en importantes sectores de la población, sino porque algunas de las represalias adoptadas tras la invasión de Ucrania tienen efectos colaterales contraproducentes, ya que favorecen de algún modo la interrupción de los flujos informativos provenientes del exterior y despejan todavía más el terreno para el proselitismo interno.
La guerra ha entrado en una fase en la que la propaganda juega un papel fundamental para mantener el respaldo popular y tratar de influir en las corrientes de información internacionales. Junto a Rusia y Ucrania, todos los países implicados están recurriendo a la desinformación para ganar el relato de la guerra; pero con una diferencia sustancial. Mientras en Rusia las voces discordantes apenas tienen eco frente a una versión oficial que cada vez admite menos cuestionamientos, en los países occidentales sigue habiendo libertad de expresión y existen herramientas para contrastar las noticias que llegan del frente, por lo que las posturas gubernamentales están más sujetas a la crítica y al escrutinio.
Moscú elude responder a las acusaciones sobre la represión de la libertad de expresión y reitera que Ucrania y sus aliados occidentales están buscando a toda costa difamar a su ejército, imponer su enfoque sobre el conflicto y satanizar a los rusos. Las medidas de contención para detectar las consideradas fake news sobre la guerra y penalizar a sus responsables, se ejercen en legítima defensa según las autoridades rusas, ya que persiguen evitar los infundios y neutralizar la propaganda que llega del exterior. El avance en la construcción de la burbuja informativa impide también conocer el impacto real de las manifestaciones contra la intervención militar del Kremlin que están teniendo lugar en decenas de ciudades rusas con un saldo de varios miles de detenidos, según el balance de la policía y distintas ONG.
El resultado de una mayor censura es que la población rusa se halla cada vez más expuesta al discurso oficial que justifica la invasión de Ucrania ante el progresivo acorralamiento militar de la OTAN, la supuesta represión de las comunidades prorrusas en territorio ucraniano y la nazificación del régimen de Zelensky, ideas con las que comulga una parte significativa de la población rusa.
Las redes sociales, que podrían suponer una fuente de información alternativa, también se están quedando sin espacio. Las más relevantes sufren bloqueos o restricciones para transmitir en vivo, lo que limita considerablemente la pluralidad de pareceres y consolida las tesis del presidente Putin, que apuntan al hostigamiento militar de occidente y su intento de plantar armamento nuclear en las mismas fronteras rusas como las causas principales de la operación militar que derivó en el ataque a Ucrania.
El regulador ruso de las comunicaciones, Roskomnadzor, decidió impedir el acceso en Rusia a Facebook y Twitter, en respuesta a la censura en estas redes sociales de cuentas de medios rusos, como Russia Today y las agencias Sputnik y RIA Novosti, por ser considerados propagadores de fake news vinculadas al aparato del Kremlin.
Más recientemente, sobrevino el bloqueo de Instagram por permitir mensajes de odio contra las tropas rusas, lo que llevó al conglomerado de herramientas digitales Meta a expresar su malestar con la decisión de Moscú y acusar al Estado ruso de levantar una barrera entre sus ciudadanos y el resto del planeta.
“Esta medida separará a 80 millones de rusos entre sí y del resto del mundo, ya que el 80% de las personas en Rusia siguen una cuenta de Instagram fuera de su país”, lamentó Adam Mosseri, director ejecutivo de esa red social.
Las nuevas políticas compartidas por Meta, en las que reconocía que empezaría a permitir que usuarios en Ucrania y países próximos a Rusia lanzaran amenazas contra los soldados rusos y sus dirigentes en Facebook e Instagram, sirvieron de excusa al Kremlin para reducir todavía más la presencia de redes sociales en el país, con bloqueos totales o parciales. La medida impulsada por Meta, que abre la mano a la incitación al odio y la violencia contra políticos y militares rusos, no tiene precedentes y alimenta peligrosamente la rusofobia, según los expertos.
Por lo pronto, un tribunal de Moscú prohibió definitivamente Facebook e Instagram, acusándolos de actividad extremista por ignorar los pedidos del gobierno de Vladimir Putin de censurar lo que llama noticias falsas sobre las actividades militares rusas en Ucrania y las protestas en Rusia. El fallo le prohíbe a Meta abrir oficinas o hacer negocios en suelo ruso.
Rusia ocupa el puesto 150 de 180 países en la clasificación mundial de la libertad de prensa de 2021 realizada por la agrupación Reporteros Sin Fronteras (RSF).